Frío y calor
La ola de frío polar que desde ayer azota gran parte de esta Península Ibérica comienza a cobrarse sus primeras facturas en las carnes de unos incrédulos ciudadanos, malacostumbrados a un otoño de temperaturas primaverales, que miran al cielo como si no pudieran creer que rozando noviembre llueva y haga frío.
Sin embargo, no se trata de la lluvia, el frío y la nieve, ampliamente reclamados durante las últimas semanas, sino de la forma en que han aparecido, lo que provoca los habituales y casi olvidados trastornos a quienes tienen que sufrirlos. Como el ritual de ponerse y quitarse capas y capas de ropa, como si de pieles de cebolla se tratasen.
Porque con la caída de los termómetros -el mercurio, ayer, no superaba los ocho grados en ninguno de los numerosos termómetros que encontré en mi deambular por las lluviosas calles de Madrid-, las calefacciones de todos los edificios públicos y abiertos al público, han comenzado a funcionar a pleno rendimiento. Lo que, unido a diversas circunstancias personales- puede tener nefastas consecuencias.
Así, a la reacción a tres vacunas simultáneas, que me tuvieron fuera de juego toda la tarde del lunes, debo sumar la pelea -literalmente bajo la helada lluvia– con la burocracia de nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores, de ayer por la mañana, y un curso de vídeo que inicié, casi tiritando, esta mañana y que acabé, soñoliento y acalorado, a las dos de la tarde.
Por ello, se agradece salir a la calle -tras enfundarse varias prendas de abrigo- y recibir en la cara el frío y cortante -a pesar del sol- aire, de camino a la redacción.
Poco queda de esa sensación seis horas después, cuando la calefacción ha convertido gran parte del edificio en una verdadera sauna y luchas por no dar cabezadas contra el teclado. Si a ello le sumas que en ese momento no tienes nada que hacer, acabas maldiciendo al transporte público, el madrugón que te has metido para llegar a tiempo al curso, los contrastes entre el frío polar y infierno en ebullición en que se ha convertido la redacción y el catarro que, intuyes, vas a coger entre tanto cambio de temperatura.
Y la única forma que se te ocurre para evitar caer dormido sobre tu mesa es escribir un texto sin sentido, mientras piensas que mañana te espera otra jornada, como poco, igual a la de hoy.
Con curso de vídeo y mucho frío y calor, a partes iguales.
hace una hora viniendo de la facultad aquí en Salamanca habían -2ºC en el termometro de al lado de mi casa.
Kailos, a las 10:45, cuando llegaba a casa, el termómetro de la rotonda de entrada a Getafe marcaba 5ºC y ahora (las 0:30) estamos a 1ºC. Con la humedad que hay, igual hiela. Si me entero, mañana lo cuento.
Yo no es por dar envidia a nadie pero aquí en Gran Canaria, pese a la lluvia que ha llegado muy pronto este año, hoy habían 25 grados en Las Palmas City y dos grados menos en Gáldar.