Aprovechando que el Pisuerga plagia por Valladolid…

Una de las primeras cosas que se aprenden –si no la primera– en todas las Facultades de Periodismo es que las informaciones, para ser noticia –y, por tanto, publicables–, tienen que ser contrastadas. Si no se contrastan, son rumores. Y los rumores no se pueden publicar. Claro que esto es sólo teoría y la teoría nada tiene que ver con la práctica. Sobre todo si nos referimos a la mal llamada prensa del corazón.

Gracias a Sé lo que hicisteis –sí, a pesar de todo, lo sigo viendo– llego hasta un blog de 20minutos.es que cuenta una, cuando menos, estrambótica historia, bajo el título ¡EXTRA, EXTRA! ¡LA GRISO SE LA CUELA A AR!

La historia, de forma muy resumida, viene a ser que esta mañana, en Espejo Público, mostraron varios fotomontajes a cuenta de una entrevista que hoy publica la revista ¡Hola! al presunto novio de la Duquesa de Alba. En una de esas fotos se veía a Alfonso Díez junto a Marujita Díaz.

Alguien en la redacción de El Programa de Ana Rosa debió ver la imagen y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid –que tenían a Marujita por allí para hablar de otros temas–, le fue con el cuento a la jefa, sin percatarse de que otra de las fotos lo mostraba en una actitud muy acaramelada con Mickey Mouse.

En resumen, que Ana Rosa intenta marcarse un tanto a cuenta de la vida privada de unas personas, entrevistando a la que pasaba por allí. Pero como se trataba de una broma que no fueron capaces de entender (y mira que Ramón Arangüena comentando una portada de revista del corazón ya es un indicio de por donde iban los tiros; mejor dicho, Ramón Arangüena es un indicio en si mismo) quedaron en ridículo. Otra vez. Y todo por no contrastar.

Claro que, como lo decían en el programa de Susanna Griso, debía de ser verdad, que por algo ya tiene más audiencia que ellos.

Y, por otro lado, tampoco hay que extrañarse porque esto le ocurra a alguien que plagió al menos tres libros diferentes para escribir sólo uno, aunque la culpa fuera del negro a quien se lo encargó.

¡Es que hay quién nunca aprende!