10 de agosto, San Lorenzo
Desde hace muchos años, en la madrugada del 9 al 10 de agosto, los amantes de los fuegos artificiales tienen una cita con la que probablemente sea la más famosa –si no la mejor– exhibición pirotécnica que tiene lugar en la isla de Gran Canaria. La hora, la una de la mañana. El lugar, el pueblo de San Lorenzo, en las afueras de Las Palmas de Gran Canaria.
Cada año, miles de personas se trasladan hasta este barrio de la capital –que fue municipio independiente hasta bien entrado el siglo XX– para contemplar un espectáculo que dura casi media hora.
La afluencia de público es tan alta –este año se preveían unos 70.00 espectadores– que los accesos al pueblo se colapsan varias horas antes de la quema que, al contrario de lo que suele ser habitual, se produce a la una de la madrugada, ya el propio día de San Lorenzo, y no a medianoche.
Sin embargo, no es este horario lo que hace peculiar este espectáculo, sino su desarrollo. Instantes antes de la una, se apaga el alumbrado público para que, después de tres avisos, comience un volcán de fuegos artificiales de más de veinte minutos de duración, en el que casi siempre es posible descubrir alguna figura no vista hasta entonces.
Tras la lluvia de morteros y palmeras y con el ambiente impregnado por el olor a pólvora, y casi sin transición, el centro del pueblo se ve literalmente tomado por varias tracas de voladores, que, lanzadas desde varios puntos del mismo, rodean y envuelven a todo aquel que se encuentre en su interior durante unos minutos que se hacen interminables.
Hasta ahora, mis recuerdos con respecto a esta fiesta se remontaban a la casa que tenían en San Lorenzo los compadres de mis padres. Su ubicación era –y es– la mejor para observar los fuegos desde dentro del pueblo, lo que, unido a lo conocidos que eran en el lugar, hacía que todos los años su azotea se llenara de gente que pasaba el rato comiendo y bebiendo a la espera de la llegada de la hora del espectáculo.
Cuando pienso en las muchas noches del 9 al 10 de agosto que pasé allí, el recuerdo que con mayor nitidez acude a mi mente es el de la sensación de impacto, aplastando la ropa contra el cuerpo y empujando el pelo hacia atrás, que producía la onda expansiva de la explosión de los morteros más grandes, así como el notar cómo temblaba suelo bajo tus pies mientras te veías rodeado por las interminables tracas de voladores.
Y, por supuesto, el olor a pólvora.
Por desgracia, los padrinos de mi hermano fallecieron hace unos años y, desde entonces, no había vuelto a los fuegos de San Lorenzo. Hasta este año. Me decidí a ir porque una amiga, cuya abuela también tiene la casa en el centro del pueblo, nos invitó a ir. Sin embargo, ellos prefieren verlos, como muchos de los que acuden desde otras partes de la Isla, desde algún lugar por encima de la carretera.
Desde allí, la vista sigue siendo excelente y los fuegos siguen impresionando. Pero no se disfrutan igual. Las sensaciones no son las mismas. Ya no se siente ese cosquilleo en el estómago que te provoca el hecho de estar disfrutando del espectáculo en primerísima línea. Y, por supuesto, porque también te acuerdas de los que ya no están.
En cambio, desde allí, puedes permitirte sacar alrededor de 240 fotografías (en breve subiré una selección a Flickr) y un vídeo en menos de media hora que atestiguan lo impresionante que son estos fuegos, porque si las tracas, vistas desde fuera, impresionan, no tengo palabras para describir lo que se siente cuando estás en una azotea situada en el lugar en el que la suma de todas esas explosiones alcanza su mayor intensidad.
Sólo sé que, durante esos escasos treinta minutos, te sientes en el centro del mundo. Y vivo, muy vivo.
Se te olvida decir que durante las tracas parece que se hace de día en el pueblo, de la cantidad de luz que desprenden los voladores. La verdad es que es un espectáculo digno de sentir.
Esta semana oí en la tele que el significado de los fuegos artificiales en China es el de espantar a los malos espíritus… que hay mucho «bicho» por ahí suelto!!! jeje
@eowyn, pues teniendo en cuenta la clase política que sufrimos por aquí, el sistema no debe funcionar muy bien. 😉
@Millaquito, es cierto. Entre tanta sensación que destacar, se me olvidó el tema de la luz que, aunque se nota en parte en las fotos y en el vídeo, no es igual que sentirlo «en primera persona».
Sus obras eran fugaces, pero quedan esas fotos (y el vídeo) como el mejor homenaje a unas personas que cada año – por San Juan, San Lorenzo o cualquier otra fiesta popular – nos sorprendían con su trabajo. Descansen en paz…
http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=138586