Frase de la semana
"La cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar"
Karen Blixen
En la vida siempre hay que tener comodines
Quienes me conocen saben que este 2022 no ha sido –está siendo– un año especialmente bueno para mí. De hecho, sería mucho más propio calificarlo como un año de mierda –con perdón–, pero, para ser un poco más correctos, diremos que está resultando ser un mal año. Casi con total seguridad y con bastante diferencia, el peor de mi vida. Lo ha sido prácticamente desde su inicio y nada indica que los poco menos de dos meses que le quedan de vida lo vayan a mejorar.
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Recuerdo
Verano de 1989. Noche, quizá ya madrugada. En una habitación en penumbra se recorta la silueta de un hombre de mediana edad que escucha un disco –aún faltan un par de años para que los discos compactos impongan su efímera dictadura y acaben con el romanticismo del crepitar de la aguja sobre el vinilo– de la argentina Mercedes Sosa.
Unos metros a su espalda, probablemente sentado en el suelo, un niño de poco más de once años se pregunta por qué, noche tras noche, su padre no deja de escuchar una y otra vez Alfonsina y el mar y Gracias a la vida. Posiblemente suenen también otras canciones del mismo álbum, cuyo título no alcanza a ver en la semioscuridad, pero esas dos son las que se quedarán grabadas para siempre en su recuerdo.
Hoy lo comprende. Hoy lo comparte.
Mercedes Sosa, Gracias a la vida, 1971.
Forzando la voluntad
Anoche, casi cinco meses después de la última vez, logré forzar lo suficiente mi escasa voluntad y salí a correr otra vez. No fue mucho, dos kilómetros andando a buen ritmo para calentar, cinco kilómetros a trote cochinero y pensando que en cualquier momento iba a vomitar los pulmones, y otros dos kilómetros arrastrándome como una babosa hasta casa. Vale, si lo analizamos fríamente, fue decepcionante y corrobora que estoy en una forma física horrorosa. Pero, teniendo en cuenta que llevaba cinco meses queriendo empezar a correr otra vez, pero sin hacerlo, es un gran paso. El primero.
Personas que dejan huella
Si algo me ha demostrado la experiencia es que en la vida hay personas que, por uno u otro motivo, nos dejan una huella que se mantiene con el paso de los años a pesar de que cumplida su etapa, quizá jamás los volvamos a ver. Pero si una vez perdido el contacto, los azares de la vida nos permiten de alguna forma volver a reencontrarnos con ellas, la alegría que se siente suele ser indescriptible.
Treffeneros y amigos
Reconozco que hace varios años –demasiados, ya– que no le presto a esta bitácora la atención que se merece. De hecho, sí he de ser sincero, la realidad es que prácticamente no le presto ninguna atención más allá de actualizar la cita semanal o las (pocas) lecturas que voy completando en sus páginas correspondientes. Prueba de ello es que la última entrada que publiqué antes que esta está fechada el día de mi cumpleaños, hace ya casi ocho meses y medio. Y, ni siquiera puede considerarse que sea un texto meditado para este blog; sino una llamada a leer un artículo de opinión publicado en Tiempo de Canarias.
Otros mil muertos, qué más da
“Otro muerto, otro muerto / Qué más da / Si está muerto, que lo entierren y ya está”, con esta frialdad y crudeza retrataba el grupo Mecano allá por 1998 la indiferencia que había desarrollado la sociedad de la época ante la muerte. Mucho se ha especulado con el sentido de la letra y existe una especie de consenso en que se inspira en los –entonces– frecuentes atentados de la banda terrorista ETA, extremo nunca desmentido ni confirmado por José María Cano, autor de la letra. En cualquier caso, ese duro inicio sirve para ilustrar a la perfección la terrible indiferencia con la que la actual sociedad española parece recibir las escalofriantes cifras de fallecidos por covid-19 que cada día nos escupe el Ministerio de Sanidad a la cara.
Lee más en Otro muerto, otros mil muertos. Qué más da, en Tiempo de Canarias.
Recomendaciones para un confinamiento forzado
Qué curioso es esto del tiempo. Cuando apenas tenemos tiempo libre lo echamos completamente de menos y, sin embargo, en estos días extraños de confinamiento e incertidumbre, no sabemos qué hacer con tanto como nos ha venido encima de golpe y sin pedirlo. Las recomendaciones sobre cómo emplearlo de la forma más productiva posible –sobre todo ahora que se confirma que, como muchos nos temíamos, el estado de alarma se va a extender al menos dos semanas más– se han convertido casi en un género periodístico más; en información de servicio público. En Tiempo de Canarias hemos querido poner nuestro granito de arena y que cada uno de los miembros del equipo recomendara un libro, una película, un artista –en el más amplio sentido de la palabra–, y una serie. Aunque les invito a dejarse aconsejar por la lista completa, aquí les dejo, todas juntitas, mis recomendaciones y sus motivos.
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Una mala película apocalíptica de la sobremesa de Cuatro o La Sexta
Cinco días después, ayer salí por primera vez a la calle. Más de veinticuatro horas después, sigo en estado de shock. (…)
Una cosa es verlo a través de la pantalla del ordenador, del móvil o de la televisión y otra muy distinta experimentarlo en tus carnes. Como decía al principio, cinco días después de la entrada en vigor del estado de alarma, este jueves me tocó parar. Y, aunque #yomequedoencasa, también ir a hacer la compra. El estado de la despensa y evitar que mis padres salgan de casa así lo aconsejaban. El trayecto hasta el Mercadona del barrio, de apenas cinco minutos, se me hizo eterno, por unas calles no solo anormalmente desiertas, sino también envueltas en un silencio sepulcral.
Lee más en Una mala película apocalíptica, en Tiempo de Canarias.
Mujeres salvajes (Wild women do)
Mediodía del sábado. Espuma de afeitar en la cara y David, mi barbero, acaba de cubrirla con una toalla caliente. En el hilo musical de la peluquería suena Wild Women do y yo trato de recordar en qué escena de Pretty Woman sonaba esa canción para no quedarme dormido tras una noche larga. O corta de sueño, según se mire.
Como Leland Palmer
Solo diez palabras pueden bastar para hundirte en la miseria. «¿Te has dado cuenta de que tienes la barba blanca?». Son –más o menos– las que me dirigió ayer mi madre y en mi cabeza retumbaron como una detonación que me hizo salir corriendo hacia un espejo donde comprobé –un tanto horrorizado– que, efectivamente, las canas van ganando terreno a gran velocidad a los pelos castaños que solían dominar en mi cara. ¿Cómo es posible que en mi perilla predomine hoy el blanco –me pregunté–, si hasta hace una semana apenas tenía censados tres o cuatro pelos de ese color en la parte izquierda de la barbilla? De hecho, aún me lo pregunto.
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Un canario en Madrid 