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Personas que dejan huella

domingo, 31 octubre 2021

a-book-PixabaySi algo me ha demostrado la experiencia es que en la vida hay personas que, por uno u otro motivo, nos dejan una huella que se mantiene con el paso de los años a pesar de que cumplida su etapa, quizá jamás los volvamos a ver. Pero si una vez perdido el contacto, los azares de la vida nos permiten de alguna forma volver a reencontrarnos con ellas, la alegría que se siente suele ser indescriptible.

Cuando a finales de octubre de 2013 participé por primera vez en Saber y Ganar me ocurrió una cosa curiosa. A las semanas de haber aparecido en televisión, me contó mi padre que el antiguo párroco de mi barrio había llamado a casa para felicitarme. Este hombre, don Carlos, era malagueño y, a mediados de los noventa, tras jubilarse, había regresado a su pueblo natal, donde vivía en ese momento. Resulta que era espectador habitual del programa y, a pesar del tiempo transcurrido, me reconoció al verme en pantalla, incluso antes de que me presentaran. Casi todos, al menos en entornos como en el que yo crecí en los años ochenta, tenemos un pasado de catequesis y monaguillos… Los datos que dieron más tarde –nombre y procedencia– ratificaron su conclusión.

Tras finalizar mi participación, mi salida del programa –un mal reto, como la de todos– no le pareció justa y quiso felicitarme. Como aún mantenía el contacto con varias personas de barrio, consiguió el número de teléfono de mis padres y llamó para felicitarme. Mentiría si dijera que no me hizo cierta ilusión saber que aún me recordaba y que le hubiera gustado que permaneciera en pantalla algún tiempo más. Sin embargo, no es esta la huella de la que quiero hablar.

El último sábado que me tocó trabajar, al pasar por casa de mis padres tras salir de la redacción –más tarde de lo que me habría gustado, para variar–, me encontré a mi madre hablando por teléfono. Le decía a su interlocutor que los periodistas no tenemos horario y que, a pesar de la hora, justo en ese momento estaba llegando del trabajo. Me pasó el teléfono mientras me decía, es don Carlos. “¿Don Carlos?”. “Sí, el cura”.

Como muchos sacerdotes, además de párroco, había sido profesor. En su caso, de Latín y Griego. Así que, después de decirme lo que hace ya casi ocho años le dijo a mi padre, me contó que había decidido llamar porque había visto a una antigua alumna suya cubriendo la erupción del volcán de La Palma para Televisión Española y quería localizarla. Había pensado que como ambos éramos periodistas y de Gran Canaria tenía que conocerla y podría facilitarle su teléfono. Por desgracia, aunque sí que nos conocemos, nuestra relación no era tan estrecha como para tener su número. No obstante, me comprometí a tratar de conseguírselo.

Tras hacer unas gestiones, a la mañana siguiente, ya lo tenía, así que la llamé para contarle toda la historia. Por su reacción y alguna anécdota queme contó, sé que le hizo ilusión no solo saber que aún vive –tiene 91 años–, sino que se acordaba de ella y que le apetecía saludarla. Le pedí permiso para darle su número a don Carlos –para ella era simplemente Carlos– y le facilité el de él. Cuando colgué lo llamé pero no contestó a la llamada. Seguí trabajando y a la media hora volví a intentarlo. Esta vez hubo más suerte, pero me contestó que ya habían hablado. En el ínterin ella lo había llamado.

Me quedé con la satisfacción de haber contribuido, modestamente, a ese reencuentro. Pero también con una cierta envidia que desde entonces no me ha terminado de abandonar, preguntándome cuál de aquellos profesores de instituto que me dejaron cierta huella me gustaría que hiciera algo así aunque solo fuera para saludarme. Hay un nombre que no deja de venirme a la cabeza y estoy seguro de que si se diera el caso de que si el azar quisiera que coincidiéramos alguna vez –este hombre es mucho más joven–, la sensación que experimentaríamos sería más o menos la misma.

Porque con todo mi egoísmo quiero pensar que al igual que sus clases dejaron en mí una profunda huella, él puede sentir algo de orgullo por el hecho de que, con la ayuda de sus enseñanzas, haya logrado acabar ganándome la vida con aquello que realmente, ya incluso en aquella época, tenía claro que tenía que ser a lo que tarde o temprano me dedicaría. Y en ese mismo egoísmo, algo me dice que sí, que no solo me recuerda, sino que como le ocurre a don Carlos –Carlos, para ella– con mi compañera de Televisión Española, se siente orgulloso de haber contribuido no solo a que yo haga lo que hago, sino a que sea quien soy. Y, aunque él no lo sepa, le agradeceré cómo transmitía su pasión por la Literatura eternamente.

[Fotografía de Kranich17/Pixabay]

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