Como Leland Palmer

Solo diez palabras pueden bastar para hundirte en la miseria. «¿Te has dado cuenta de que tienes la barba blanca?». Son –más o menos– las que me dirigió ayer mi madre y en mi cabeza retumbaron como una detonación que me hizo salir corriendo hacia un espejo donde comprobé –un tanto horrorizado– que, efectivamente, las canas van ganando terreno a gran velocidad a los pelos castaños que solían dominar en mi cara. ¿Cómo es posible que en mi perilla predomine hoy el blanco –me pregunté–, si hasta hace una semana apenas tenía censados tres o cuatro pelos de ese color en la parte izquierda de la barbilla? De hecho, aún me lo pregunto.

Pero, lo cierto, es que están ahí. Ganando cada vez más terreno. Porque hoy, mientras me peinaba al salir de la ducha no sólo he descubierto dos o tres canas en el bigote. Y ayer, sí, ayer, no estaban ahí. Mientras, aunque tímidamente todavía, en las sienes comienzo a ver ciertos reflejos plateados cuando el pelo comienza a crecer.

El arranque de este 2020 está resultando un poco más complicado de lo que esperaba. Sobre todo porque, una vez superados todos los líos políticos del pasado año era de esperar que las cosas se calmaran un poco. Pero, al menos en estas primeras cuatro semanas laborales del año no ha sido así. A ello, además, se ha sumado un pequeño contratiempo con una compañía de seguros que me está haciendo coger más nervios de los que me gustaría.

Total, que entre una cosa y otra, cada día me despierto con un puñado de canas más. Y si nada lo remedia, a este paso voy camino de convertirme en un nuevo Leland Palmer. Aquel personaje de Twin Peaks que poco tiempo después del asesinato de su hija Laura, y de la noche a la mañana, se descubrió con todos los pelos de su cabeza completamente blanco. En mi caso, el proceso parece haber empezado por la barba, pero al ritmo que voy, igual cuando cumpla los 42 y me mire al espejo ya solo vea canas.