Recuerdo
Verano de 1989. Noche, quizá ya madrugada. En una habitación en penumbra se recorta la silueta de un hombre de mediana edad que escucha un disco –aún faltan un par de años para que los discos compactos impongan su efímera dictadura y acaben con el romanticismo del crepitar de la aguja sobre el vinilo– de la argentina Mercedes Sosa.
Unos metros a su espalda, probablemente sentado en el suelo, un niño de poco más de once años se pregunta por qué, noche tras noche, su padre no deja de escuchar una y otra vez Alfonsina y el mar y Gracias a la vida. Posiblemente suenen también otras canciones del mismo álbum, cuyo título no alcanza a ver en la semioscuridad, pero esas dos son las que se quedarán grabadas para siempre en su recuerdo.
Hoy lo comprende. Hoy lo comparte.
Mercedes Sosa, Gracias a la vida, 1971.