Viviendo en un sinvivir
Cuando parecía que, a pesar de los calores de agosto, había empezado a recuperar el hábito de escribir casi una entrada por día, desde que llegó septiembre –con más calores– mi vida entró en una espiral de actividad con la que mi productividad en esta bitácora ha vuelto a verse seriamente afectada. Y lo que se verá, porque si piensan que esta es la típica entrada en la que hago un acto de contrición y su consiguiente propósito de enmienda, están muy equivocados. Nada más lejos de la realidad.
Lo que me lleva a escribir estas líneas es anunciarles que dentro de un par de horas estaré sobrevolando el Atlántico dentro de un Airbus A320 de Iberia, rumbo a Madrid, donde voy a pasar los próximos días, en un intento de desconexión total de este sinvivir en el que últimamente se ha convertido mi vida. Allí, además de asistir a la presentación de la próxima edición de los Premios Bitácoras.com y visitar la exposición de Antonio López en el Thyssen, espero reencontrarme con muchos viejos amigos, realizar gestiones varias y dedicar tiempo a vagar por la ciudad, mientras trato de olvidarme de todo.
Así que, aunque en mi equipaje hay algo de equipamiento informático y, muy probablemente, disponga de conexión a Internet, no les garantizo que me vayan a ver el (corto) pelo en los próximos días, ya que otra de mis intenciones es aprovechar los ratos muertos –si los tengo– para ir sumando páginas a ese manuscrito que aspira a convertirse en novela.
Desconecto, a medias, por unos días. Nos vemos a la vuelta. Entretanto, les dejo con un tema «fresquibiri», que no está el tiempo para calores.
Lolita, Sarandonga, 2001.