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Ciervos y residuos radioactivos

lunes, 2 enero 2012

El pasado viernes, después de más de dos años de debates, polémicas y un considerable retraso, el segundo Consejo de Ministros celebrado por el nuevo Gobierno decidió la ubicación del futuro almacén temporal centralizado de residuos radiactivos de alta actividad, una instalación que permitirá dejar de exportar a Francia el combustible nuclear gastado por las centrales nucleares españolas, con lo que además de un ahorro, se espera conseguir la reactivación económica de la comarca conquense en la que se encuentra Villar de Cañas, el pueblo elegido para albergar la instalación.

Aunque la aprobación en la misma sesión del Consejo de un importante paquete de recortes y medidas económicas, además del polémico reglamento de la aún más polémica Ley Sinde, contribuyó a que esta decisión pasase un poco desapercibida para los medios, la polémica entre los defensores y detractores de la instalación en suelo español de este almacén ha vuelto a reavivarse. Por ello, me parece oportuno rescatar una crónica que escribí hace algo más de dos años, tras visitar el almacén centralizado de residuos de media y baja actividad de El Cabril, y que nunca llegué a publicar. Hasta ahora.

Ciervos y residuos radiactivos

Recreación del almacenamiento de residuos de baja y media intensidad.

Hasta hace un par de semanas, nunca me había planteado cómo sería realmente un «cementerio» de residuos radioactivos. Tal vez, como el común de los mortales, habría imaginado un montón de personas enfundadas en aparatosos trajes aislantes manipulando bidones rebosantes de todo tipo de sustancias fosforescentes, antes de desterrarlas a lúgubres galerías donde, completamente olvidadas, se pudrirían por los siglos de los siglos. Nada más lejos de la realidad.

Al menos, no es eso lo que sucede en la planta de tratamiento de residuos de media, baja y muy baja intensidad –con una vida radioactiva que oscila entre los 50 y los 300 años– en la que la empresa pública Enresa centraliza el almacenamiento de los deshechos radioactivos de esta naturaleza –los de alta intensidad, de momento, se mantienen en las piscinas de las centrales nucleares– que se generan en España.

Porque lo último que uno puede imaginar al acercarse a la finca de El Cabril, situada en plena Sierra Albarrana, a unos 130 kilómetros de la ciudad de Córdoba, es que va a encontrarse con unas modernas instalaciones que en nada se parecen a lo que debió de ser la antigua mina de uranio que existía en ese lugar y en las que nunca trabajaría el torpe Homer Simpsom.

La vida útil de este complejo situado en el corazón de una finca de 1.100 hectáreas de superficie se extenderá aproximadamente hasta el año 2030, tiempo en el que sus distintas celdas de almacenamiento se llenarán con los residuos procedentes de los distintos centros de investigación y hospitales que utilizan material radioactivo en todo el territorio nacional, así como todos los residuos generados en el uso ordinario y  por el desmantelamiento de las centrales nucleares actualmente en funcionamiento.

Cuando llegan a las instalaciones, los residuos se acondicionan –siempre en estado sólido– en bidones de 220 litros de capacidad, en una proporción de dos tercios de hormigón por un tercio de residuos. Los bidones que contienen residuos de media y baja intensidad se almacenan en el interior de un contenedor de hormigón de dos por dos metros, en grupos de 18. Una vez completos, estos cubos se rellenan con hormigón líquido y se envían por control remoto a las celdas de aislamiento, una estructura de hormigón armado con capacidad para 320 contenedores.

En la actualidad, existen 28 celdas destinadas a acoger los deshechos de media y baja actividad, dos de las cuales ya han sido cubiertas, mientras que los de muy baja actividad ocupan la celda 29. Una vez que la celda está completa, se sella con una capa de hormigón de cinco metros de grosor y, posteriormente, se recubre con tierra y se repuebla con vegetación.

Este recubrimiento vegetal actúa como una cuarta capa de aislamiento y forma parte de un plan de regeneración del entorno. Además, todas las celdas cuentan con un sistema de canalización del agua de lluvia, situado en unas galerías subterráneas. El agua recogida bajo las celdas es analizada, junto con más de 1.000 muestras anuales de flora y fauna de los alrededores, para comprobar la ausencia de contaminación radioactiva ambiental.

Dos ciervos pasean tranquilamente por la carretera.

Además, las celdas estás diseñadas para soportar seísmos de entre 7,5 y 8 grados de magnitud en la escala de Richter o, incluso, el impacto de una avioneta. Como se ve, este sistema poco tiene que ver con las tristemente célebres imágenes en las que Greenpeace trataba de impedir que bidones como esos fueran arrojados al mar durante los años 80.

O con la forma de almacenar esos mismos residuos antes de que se inaugurara la planta de Enresa en 1992. Porque hasta bien entrada la década de los 80, los bidones de residuos se almacenaban sin ningún tipo de protección en las galerías de una de las antiguas minas de uranio de la zona. Bidones que hoy descansan en una de las celdas con que cuenta el almacén.

Del pasado minero de El Cabril da testimonio el poblado en el que vivían los trabajadores de las minas, varias de cuyas casas han sido habilitadas como centro de visitantes del complejo. El lugar, perdido en medio de la sierra y rodeado de naturaleza por todas partes, posee un encanto que lo convertiría en ideal para albergar un hotel rural, si no fuera porque está en el corazón de unas instalaciones nucleares, valladas y vigiladas las 24 horas del día.

Una sensación que se acrecienta si la visita tiene lugar en una fría jornada, marcada por una llovizna pertinaz y una persistente niebla. Porque lo que ha conseguido la instalación del almacén en El Cabril es convertir esas 1.100 hectáreas de Sierra Albarrana en una auténtica reserva natural. Su aislamiento, por razones de seguridad, ha conseguido que esta finca se convierta en una especie de reserva en la que la fauna de la zona vive sin preocuparse del peligro que supone su principal depredador: el hombre.

Quizá sean los ciervos el máximo exponente de esta situación, ya que, a poco que uno cruza la barrera de seguridad y se adentra en la carretera que lleva hasta las instalaciones del almacén, es imposible no cruzarse, no ya con uno, sino con varias decenas de estos animales que viven, rodeados de naturaleza y aire puro, ajenos a que bajo sus patas se esconden toneladas de basura radioactiva, latentes hasta dentro de tres siglos.

Trescientos años en los que, si las medidas de seguridad no fallan, este pedazo de la sierra cordobesa tiene asegurado su papel como santuario de la naturaleza. Si tienen oportunidad, no duden en visitarlo. Y admiren a los ciervos.

Pueden ver algunas fotos de la visita en este set de Flickr:


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Nota: El 26 de noviembre de 2009, visité el almacén centralizado de residuos de media y baja actividad de El Cabril en el marco de la X edición del Programa Primer Empleo de la Asociación de la Prensa de Madrid, del que tuve la inmensa suerte de formar parte y del que Enresa es copatrocinador.

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