Las Estrellas no tienen edad (en el Bulevar del Ocaso)
La revolución que supuso para la industria cinematográfica la llegada del cine sonoro fue un duro golpe para muchas de las grandes estrellas que habían triunfado en la época anterior, pero que no supieron adaptarse a la nueva forma de entender el séptimo arte y acabaron lejos de los focos y olvidadas como juguetes rotos. Ese fue el caso de Norma Desmond, una antigua diva del cine mudo que vive encerrada en una decadente mansión de Sunset Boulevard –el bulevar del ocaso–, aferrada a los recuerdos de una época ya terminada.
Sin embargo, un día el azar llevará hasta allí al joven y vividor guionista Joe Gillis –magistralmente interpretado por William Holdem–, que se refugia en la mansión mientras huye de dos cobradores que pretenden embargar su coche. En su delirio, que irá agravándose a lo largo de toda la cinta, la egocéntrica Desmond ve la irrupción del guionista en su vida como la vía para regresar a la gran pantalla, interpretando una historia basada en el personaje de Salomé escrita por ella misma y demostrar así que las grandes estrellas nunca mueren, porque las estrellas no tienen edad.
Para Gillis, en cambio, corregir y adaptar el extenso y extravagante guión de la vieja diva supone una oportunidad de conseguir dinero facilmente, mientras espera a que cesen sus problemas económicos y su carrera despegue. Sin embargo, la decisión de aceptar la oferta de Desmond le acarreará fatales consecuencias, como puede comprobarse justo al comienzo de la película, cuando la voz de Gillis comienza a narrar su historia mientras vemos como su cadáver flota en la piscina de la mansión de Sunset Boulevard.
Aunque Billy Wilder es casi siempre recordado por sus grandísimas comedias –Con faldas y a lo loco, Sabrina y Primera Plana posiblemente sean tres de sus títulos más recordados–, no hay que despreciar que fue también capaz de dirigir uno de los dramas que mejor cuenta la intrahistoria del mundo del cine. En El crepúsculo de los dioses, Wilder, responsable también del guión, retrata magistralmente la decadencia de una gran diva del cine mudo a la que ya nadie recuerda.
Pero lo más grande es que es capaz de hacerlo y emocionar al espectador sin renunciar por ello a su característico sentido del humor y sin que la historia pierda nada de su gran carga dramática. Tal vez, porque todo lo que cuenta, todas las miserias de Norma Desmond que se van revelando a lo largo de la cinta, son en gran medida miserias reales.
Gloria Swanson, la actriz encargada de dar vida a Desmond –y que fue nominada al Óscar por este papel–, al igual que ella había sido estrella del cine mudo y la llegada del sonoro la desplazó, casi obligándola a retirarse. De hecho, durante el filme se muestran varias escenas de una película interpretada por Desmond y que, en realidad, corresponden a La reina Kelly, título mudo protagonizado por Swanson en 1929 y dirigido por Eric von Stroheim y que fue ya un fracaso de taquilla. Sin embargo, a diferencia de Desmond, con El crepúsculo de los dioses Gloria Swanson tuvo la oportunidad de regresar a los carteles de Hollywood y volver a triunfar, esta vez con una película sonora.

Fotograma de ‘El crepúsculo de los dioses’ (‘Sunset Boulevard’).
Paradójicamente, el personaje que dio el éxito de Swanson en el cine sonoro fue el de una antigua diva del cine mudo que enloquece al no saber –ni querer– adaptarse a los nuevos cánones que introdujo el cine sonoro.
Porque si algo tiene sin duda El crepúsculo de los dioses es una gran cantidad de paradojas y paralelismos con la vida real, y que alcanzan su punto máximo en el que conecta al mayordomo Max Von Mayerlyn con el actor que lo interpreta, Eric von Stroheim, y que no voy a desvelar aquí para no robar parte de la magia de esta gran cinta de Billy Wilder a quienes aún no hayan tenido el privilegio –sí, porque es un privilegio– de verla.
Las referencias y los paralelismos con el mundo real son constantes a lo largo de todo el metraje, casi como un juego de guiños con el espectador. Así, Las «estatuas de cera», tal y como las llama Gillis, con las que la antigua diva juega a las cartas, son tres auténticas celebridades del cine mudo: Buster Keaton, H. B. Warner y Anna Q. Nilsson, mientras que cuando acude los estudios de la Paramount a pedir al director Cecil B. DeMille –que se interpreta a sí mismo– que dirija su película, este se encontraba rodando Sansón y Dalila, por lo que usaron su plató y a su equipo como extras.
El crepúsculo de los dioses estuvo nominada a 11 premios Óscar, aunque finalmente sólo pudo llevarse tres estatuillas en categorías menores. Quizá ese fue el precio que tuvo que pagar esta película por hurgar en las miserias de Hollywood. Aunque, para ser justos, hay que reconocer que los premios de la Academia de 1951 estuvieron muy disputados, ya que tuvo que enfrentarse nada menos que a Eva al desnudo, otra cinta comandada por una mujer de carácter y que obtuvo seis de las 14 estatuillas a las que optaba.
Ese año, ni Gloria Swanson ni Bette Davis lograron alzarse con un Óscar que se llevaría Judy Hollyday por Nacida Ayer. Paradójicamente ambas interpretaban a dos actrices que no atravesaban su mejor momento profesional, apartada de los focos e incapaz de asumir el final de su carrera, la una, mientras que la otra veía su exitosa carrera teatral amenazada por una joven actriz interpretada por Anne Baxter.
Podríamos seguir hablando de los paralelismos que también guarda Eva al desnudo con la vida real de sus protagonistas, que son también muchos, pero esto se alarga ya demasiado, así que de Margo Chaning ya hablaré otro día. Hoy le toca a Norma Desmond en Sunset Boulevard.
Javier Álvarez, Sunset Boulevard, 1996.
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