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Heaven Airlines

Lo cierto es que no sé cómo llegué hasta allí. Aún no logro acordarme de si estuve en el mostrador de facturación ni recuerdo haber pasado por el control de seguridad. La primera imagen clara que tengo es la mía en una terminal que no conozco. Estoy delante de las pantallas de información, bastante nervioso, intentando averiguar la puerta de embarque de mi vuelo, mientras pienso en que lo primero que tengo que hacer cuando regrese es advertir seriamente a mi secretaria de que jamás vuelva a comprarme un billete en una compañía de bajo coste.

Aunque tampoco puedo culparla del todo. Este viaje no estaba previsto. Mi socio y yo llevábamos varios meses negociando la entrada de un inversor alemán en el capital de nuestra empresa. Aunque trabajamos en un sector muy rentable, necesitamos una inyección económica para seguir expandiéndonos. El caso es que, por culpa de la crisis, el alemán no parecía muy dispuesto a entrar en el negocio. Por eso nos sorprendió muchísimo cuando nos dijo que firmaría nuestra última propuesta, siempre y cuando uno de nosotros se reuniera con él en Berlín al día siguiente.

Con tan poco tiempo disponible, el único vuelo en el que mi secretaria encontró plazas libres era de una compañía de bajo coste. A primera hora de la mañana, tal y como habíamos quedado el día anterior, mi socio debió dejarme en la zona de facturación del aeropuerto, aunque, como le digo, eso no lo recuerdo. Queríamos llegar temprano, porque esas compañías salen de la nueva terminal, esa que inauguraron el mes pasado, y yo nunca había estado en ella, pero, como siempre, íbamos con el tiempo justo.

Creo que por eso estaba tan nervioso mientras buscaba mi vuelo en las pantallas. Temía perder el avión y no llegar a tiempo de cerrar el trato. Miré mi tarjeta de embarque. Era el vuelo HEA733 de Heaven Airlines, con salida a las diez y diez. Hasta ese momento no me había fijado en el nombre de la compañía y me llamó la atención, porque nunca había escuchado hablar de ella. Tampoco me extrañó, ya que hay tantas líneas aéreas de este tipo, que uno nunca llega a conocerlas todas.

La puerta de embarque era la C7, que estaba en la otra punta de la terminal. Mientras atravesaba el edificio, me llamó la atención lo silencioso que resultaba. A pesar de que había mucha gente esperando sus vuelos, parecían no hablar entre ellos. Es más, ni tan siquiera se escuchaba el ruido de los aviones al despegar y aterrizar. Y todos sabemos el gran volumen de tráfico aéreo que soporta este aeropuerto, que se colapsa día sí y día también.

Cuando, al fin, llegué a la puerta de embarque, el empleado estaba anunciando la última llamada por la megafonía. Casi sin aliento, me acerqué hasta él. Me llamó la atención porque era un hombre de aspecto bonachón, pero de una edad muy superior a la que suele ser habitual en quienes desempeñan ese trabajo. Vestía un uniforme tan blanco y resplandeciente como la extraña luz que bañaba todo el recinto. La chapa que llevaba en la chaqueta ponía que se llamaba Pedro Santos. Lo recuerdo porque me dije que en cuanto saliera de allí iba a ponerle una denuncia ante la dirección del aeropuerto por lo que me había hecho.

Decía que todo el pasaje había embarcado ya y que el tal Pedro repetía la última llamada en el momento en que llegué a la puerta. Le entregué la tarjeta de embarque y mi documentación y me dispuse a entrar en el finger. Imagínese cuál sería mi cara cuando me dijo que había un problema, algo así como que aún no había llegado mi momento y que no podía embarcar.

Como es lógico, empecé a discutir con él. Con buenos modales, intenté explicarle el motivo de mi viaje; lo importante que era que estuviese en Berlín esa misma tarde, pero no quería escucharme. Se limitaba a repetirme una y otra vez que en ese vuelo no había una plaza para mí.

Algo más enfadado, le grité que en mi tarjeta de embarque ponía que tenía el asiento 6C confirmado, así que sí que había una plaza para mí. Traté de que entrara en razón. Yo no había llegado tarde y las puertas del avión seguían abiertas. No había motivo para que no me dejara entrar, pero se mostró inflexible.

Le juro que llegué a implorarle que me permitiera pasar, pero no atendió a mis razones.

Pero lo que me puso más furioso fue que, cuando ya llevábamos más de cinco minutos discutiendo, llegó una pareja a la que dejó pasar casi sin mirar sus tarjetas de embarque. Si no fuera porque sabía que tenía que estar en el despacho, habría jurado que el hombre era mi socio. Apenas habían cruzado el umbral del luminoso pasillo, el tal Pedro dijo algo así como que el vuelo ya estaba completo y, a pesar de mis protestas, cerro la puerta.

Te voy a denunciar, le grité, pero en ese mismo instante, la luminosa terminal se sumió en la más completa oscuridad.

Lo siguiente que recuerdo es haber despertado en este hospital, donde aseguran que tuve un accidente de tráfico y que nunca llegué al aeropuerto. Dicen que mi socio y la conductora del otro coche implicado fallecieron en el acto y yo, al parecer, estuve clínicamente muerto durante un par de minutos, pero lograron reanimarme. Sin embargo, estoy convencido de que debe haber algún error, porque sé que estuve allí.

¡No me mire como si estuviera loco! ¡Estuve allí!

Si no, explíqueme cómo es posible que encontrara en el bolsillo interior de mi chaqueta esta tarjeta de embarque que me asigna el asiento 6C en el vuelo HEA733 de Heaven Airlines.

R.J.R.
Arucas, 7 de abril de 2009.