Cualquiera puede cocinar
En el momento en que uno se independiza, es cuando realmente se es consciente de la ingente cantidad de tareas diarias que hay que llevar a cabo. Una de las más importantes es la cocina. Afortunadamente, uno ya hacía sus escasos pinitos en los fogones. Sobre todo platos fríos, con lo que pasar a la acción no fue demasiado duro. Además, como sostenía Auguste Gusteau, cualquiera puede cocinar.
Una vez escogida una dieta saludable, con lo que quedan descartados los precocinados y el abuso de los menús, hay que ponerse manos a la obra y cocinar, porque, cuando vives en Madrid, las visitas de los padres para llenar el congelador son, más bien, escasas. Pero no es de eso de lo que quiero hablar, sino de la verdad que encierra esa frase: «cualquiera puede cocinar».
Al menos, fue cierta para Remy, una rata de campo con un olfato prodigioso y enamorada de la cocina, que se vio obligada a emigrar a París cuando su colonia fue descubierta. Allí tuvo la suerte de desembarcar justo debajo del que, un día fue el restaurante de su ídolo, el famoso chef Auguste Gusteau. Me refiero, por supuesto, al argumento del que parte la última película de Disney y Pixar, Ratatouille.
Ratatouille (pronúnciese Ra-ta-tui) es más que una película para niños. Vamos, que los padres que acompañen a sus hijos al cine habrán visto una serie de guiños que a los niños les habrán pasado desapercibidos. Como toda película de la factoría Disney, la cinta trae su moraleja, traducida en que, pese a las diferencias, cualquiera puede aspirar a ser lo que quiera… y lograrlo. El sueño americano, pero en París.
No obstante la película está llena de momentos deliciosos, la mayor parte de ellos desternillantes. A ello contribuye la expresividad de las caras de los protagonistas, sobre todo de Remy y Linguini, pero sin olvidar al Chef Skinner o al temible crítico Anton Ego. La nota de ingenuidad la pone Emile, el hermano de Remy, algo corto de luces y que provoca más de un lío. El amor, que no puede faltar en París, vendrá de la mano de Colette.
Tengo que confesar que, si la mayoría de los niños salió del cine pidiendo a sus padres que les comprasen una rata –como Remy, por supuesto–, yo salí con la impresión de que esta película transmite algo más que el resto de las obras de Pixar, aunque aún –y ya hace veinte días que la vi– no sé decir qué. Quizá sea cosa de los detalles, como el hecho de que Remy renuncie a andar a cuatro patas y se lave las manos con una gota de agua cada vez que va a cocinar.
O, tal vez, ver que, al final, lo que triunfa siempre son las cosas sencillas. Como un roedor que prepara un simple plato de Ratatouille. Y, si una rata pudo triunfar en la cocina, ¿por qué no voy a hacerlo yo?
Hay otro trailer, que, personalmente, me gusta más. Pueden verlo aquí, en inglés.


Y, sobre todo, perspectiva, nunca hay que perder la perspectiva. Por cierto, el epílogo de la película a cargo de Anton Ego… espectacular!
Precisamente a eso me refería cuando decía que la película transmite más de lo que suele ser habitual. Pero no siempre hay que contarlo todo. 😉
dios,me a encantado yo kiero ser la mejor cocinera de el mundo y algun dia tener mi propio negocio!!me encanta ratatouilleee!!!:D
Jessica, sólo tienes que prepararte e intentarlo, porque como dijo el gran Auguste Gusteau, cualquiera puede cocinar. 😉
Saludos.