Te las comerás mañana
No puedo evitar esbozar una sonrisa cada vez que veo uno de los últimos anuncios de Bosch. En él, un niño no quiere comer un plato de espinacas, a lo que su madre le responde que las comerá al día siguiente y las guarda en la nevera. Gracias al poder de conservación del electrodoméstico, la escena se repite varios días, hasta que, fruto de la desesperación, el niño la emprende a patadas con el refrigerador.
El anuncio, además de estar muy bien hecho, resulta muy simpático. Sin embargo, el motivo de mi risa no está sólo en el gesto final del protagonista, ni en el hecho de que, en el fondo, me recuerde a mi primo que, con tres años y pico, es, igual que lo fue su hermana, muy malo para comer. El motivo de mi sonrisa es una vieja historia que he escuchado innumerables veces.
La historia va de un niño, de tres o cuatro años que, un día, al llegar del colegio tenía lentejas para comer y decidió que no le gustaban. Su madre le repuso que «si las quieres las comes y, si no, las dejas». El optó por dejarlas y se fue al colegio sin comer. Porque en esa época había clases por la mañana y por la tarde. Al volver a casa, ya con bastante hambre, le pidió la merienda a su madre, pero se volvió a encontrar con el plato de lentejas. Y decidió no merendar.
La tarde se le hizo eterna, pero, poco a poco, las horas fueron pasando y, llegada la hora de la cena, no tuvo más remedio que pedir a su madre que le pusiera las lentejas porque no aguantaba más y tenía que comer. En este caso, no hizo falta dar ninguna patada a la nevera.
Tengo que decir que hoy en día pienso que un potaje de lentejas bien caliente con una buena capa de gofio por encima es uno de los platos más apetitosos en una fría jornada invernal. Sí, en la actualidad puedo decir que las lentejas me gustan bastante. Porque, si no se han dado cuenta, ese niño que un día decidió que no quería comer lentejas era yo.