3 de marzo
En marzo de 1996, la palabra que había escuchado con más frecuencia desde que comenzara el año era “selectividad”. Hace doce años estudiaba C.O.U., el curso que decidía el futuro inmediato de cualquier estudiante. El 3 de marzo de ese mismo año, decían, se decidía también el futuro inmediato de España. Había Elecciones Generales y tenía la oportunidad de votar por primera vez.
Con 18 años recién cumplidos, tuve la oportunidad de participar en las elecciones de la crispación, aquéllas en las que acabó la etapa de Felipe González y marcaron el comienzo de los ocho años de José María Aznar. Muchos de mis compañeros no pudieron votar por haber nacido después de la fecha de los comicios. Uno de ellos cumplió la mayoría de edad tres días después, hecho que siempre sale a relucir en nuestras discusiones de abuelos cebolletas.
Acudir por primera vez a un colegio electoral es una experiencia que, al igual que obtener el carné de conducir, marcan el inicio de la edad adulta. El día en que depositas tu voto por primera vez en una urna ya eres un ciudadano de pleno derecho. Aunque votes en blanco.
A pesar de la sequía, mucho ha llovido desde entonces. Hemos pasado por tres elecciones autonómicas y locales, no sé cuántas europeas, un referéndum -que no sirvió para nada- y otras dos elecciones generales. Hasta las de este año que, curiosamente, vuelven a ser las elecciones de la crispación política.
Marzo ha comenzado soleado y cálido en Madrid. La primavera se ha adelantado unas semanas, tras un invierno casi inexistente. Los termómetros de las marquesinas del Paseo de la Castellana rozan los 20º, cuando no los superan, mientras me dirijo de Nuevos Ministerios a la Agencia.
Acabo de pasar por una oficina de Correos, donde he depositado mi voto. No me he dado cuenta hasta ahora. Hoy es 3 de marzo. Como hace doce años. Como mi primera vez.
Me resulta curioso.
Bueno, no sé a quién te puedes estar refiriendo… 😀 Lo cierto es que mis primeras generales fueron las del 2000 ( ¡con 22 años recién cumplidos! ) aunque algunos meses antes tuve la oportunidad de estrenarme en un colegio electoral con las municipales, autonómicas y europeas de 1999.
¡Uy, uy, uy! Hay que ver cómo se pican algunos… Lo cierto es que tardaste en resollar un poco más de lo que pensaba. 😛
Mon cher ami… No sé porque deduces de mis palabras que albergue en mi ánimo algún tipo de resquemor. No tengo la culpa de que siempre me quieras llevar la delantera 😀
¡Amigo! No es que siempre quiera llevarte la delantera… es que tú siempre vienes detrás. 😀
Decía un paisano nuestro en una bella fábula que…
Por entre unas matas,
seguido de perros,
no diré corría,
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿qué es esto?»
«¿Qué ha de ser?», responde;
«sin aliento llego…;
dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».
«Sí», replica el otro,
«por allí los veo,
pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos.»
«¿Qué? ¿podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo.»
«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso.»
«Son galgos, te digo.»
«Digo que podencos.»
En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
Ilévense este ejemplo.
¿Moraleja?
Que la presa siempre va por delante… 😀
Luego, ¿reconoces tus abyectas intenciones? Aunque, por otra parte, el Coyote nunca alcanza al Correcaminos. 😉
Y dejémoslo ya, que esto comienza a parecerse a una de nuestras típicas discusiones absurdas, pero por escrito. Y nunca hay que dejar pruebas.
Mira por dónde… ¡Hasta estoy de acuerdo contigo!