Can you open it for me, Mom?
Hace unos días, al entrar en el portal del edificio donde vivo, coincidí con una vecina, probablemente marroquí, que entraba junto con su hija, una niña de cuatro o cinco años. Debían venir del parque, porque la niña, justo cuando yo entraba, estaba desmontando de su pequeña bicicleta.
Lo que hasta el momento es una escena cotidiana, empezó a llamarme la atención cuando la madre, haciendo un más que evidente esfuerzo por hablar en español, le decía a su hija que había jugado mucho y le preguntaba si se había divertido. La niña le respondió también en castellano, aunque con bastante acento. Siguieron hablando, pero yo subía más rápido que ellas y dejé de escuchar la conversación.
Imagino que no hace demasiado tiempo que viven en España y hablar en castellano a la niña es una forma de fijar el idioma para ambas. Aunque sospecho que la niña lo tendrá mucho más fácil que la madre.
Lo curioso del caso es que, casi de inmediato, vino a mi mente un episodio que presencié hace unos años, cuando aún trabajaba en el Banco, en el último destino que tuve antes de venirme para Madrid.
Se trataba de una oficina nueva -de hecho, me tocó ponerla en marcha-, por lo que teníamos que atender bastantes clientes de otras oficinas más o menos cercanas que vivían en la zona. Una de esas clientes recurrentes era una mujer oriental que solía ingresar en las cuentas de varias empresas y actualizar su libreta particular.
Supe que era filipina un día en el que tuvo que mostrarme su tarjeta de residencia para que le aclarase unos cargos que le habían hecho y no entendía. Aunque casi no hablaba castellano, lo comprendía perfectamente.
Mientras esperaba a que comprobase en el ordenador a qué correspondían los apuntes, cogió un caramelo de los que tenía en una cestita sobre mi mesa y se lo dio a su hija, que no debía tener más de tres o cuatro años. La niña no podía abrir el caramelo, así que, en perfecto castellano y acento canario, empezó a pedirle que se lo abriera.
No sé cuántas veces le dijo la niña «¿Me lo puedes abrir, mamá?». Sin embargo, ella permanecía impertérrita. Sólo cuando le preguntó, en un correctísimo inglés, «Can you open it for me, Mom?», se giró hacia la niña y le abrió el caramelo.
Más de tres años después, la escena contraria ha traído esta a mi memoria. Quizá sólo sean dos de las múltiples caras del fenómeno de la inmigración.
Dos caras completamente opuestas, para la entrada 400 de este blog.