Hasta siempre, Lara
Esta noche, que contaba con algo más de tiempo del que vengo dedicando en las últimas semanas a esta bitácora, pensaba escribir de un tema sobre el que llevo pensando algo más de un mes. Sin embargo, justo cuando encendía el ordenador, mi hermano me daba una noticia que, aunque llevaba esperándola todo el día, confiaba en no tener que escucharla.
Pero, por desgracia, los (malos) pronósticos se cumplieron y esta tarde, tras una rápida enfermedad, Lara, la perra que ven a la izquierda de este texto, moría.
Aunque oficialmente era la perra de mi prima, Lara siempre vivió en casa de mi abuela. Nunca he logrado recordar si llegó en agosto de 1998 o de 1999. En cualquier caso, tenía apenas un mes de vida y era tan pequeña que te cabía en la palma de la mano.
Siempre fue muy revoltosa –yo creo que estaba algo loca– y, aunque nunca fue adiestrada, era muy inteligente. Cada vez que llegaba alguien a la casa y abría la puerta del patio, se convertía en un auténtico torbellino que no paraba de jugar con el recién llegado. Creo recordar que jamás mordió un mueble ni rompió ninguna pieza de ropa.
Sin embargo, sí que le gustaba orinarse en el cuarto del ordenador cada vez que venía a mi casa. En cambio, cuando nació mi primo, y a pesar de la fama de celosos que tienen los caniches, jamás dio ningún problema. Y puedo asegurar que Lara era celosa. No había más que ver cómo se ponía cuando te veía abrazando un perro de peluche, cosa que, por otra parte, hacíamos sólo para molestarla.
Uno de los recuerdos más marcados que tengo, junto con todos los golpes que se dio contra los muebles de la cocina cuando, intentando frenar y girar, le patinaban las patas traseras, es que, cuando la dejábamos correr por la casa, al llegar al salón siempre saltaba sobre quien estuviera sentado en el sofá. Como a mi abuela no le gustaba que se subiera en él, se las ingeniaba para saltar de una persona a otra sin pisar los cojines.
También me viene a la cabeza su gesto característico de levantarte la palma de la mano con el hocico para que le rascaras la cabeza. O cómo me traía cualquiera de sus juguetes –pero en especial un jersey que tenía en su cesta desde que era un cachorro y que acabó destrozando– para que intentara quitárselo y gruñir mientras ambos tirábamos de él.
En los últimos años, al estar viviendo en Madrid la he visto poco, así que he notado cómo le iban pesando los años. Ya no era tan activa como antes y, además, en los últimos meses había engordado bastante, pero llevaba algunas semanas bastante más decaída que de costumbre.
Hace cinco días, Lara cumplió 10 u 11 años y comentábamos que se le empezaban a notar los efectos de la edad, sin embargo, nunca pensé que se fuera a marchar tan rápido. Según me contaban a mediodía, estos días atrás apenas había comido, no se movía y tampoco orinaba. El veterinario dijo que estaba reteniendo líquidos y le recetó unas pastillas, pero el tratamiento no funcionó –no sé si llegó a tragarse las píldoras– por lo que, me cuenta mi hermano, esta tarde decidieron que lo mejor era que dejara de sufrir. Además, al parecer, tenía varios tumores.
Sé que habrá sido una decisión muy dura, pero cuando un ser vivo al que quieres está sufriendo, a veces la mejor decisión es dejarlo marchar. Aunque sea la decisión más dolorosa. Sé que las situaciones no son comparables, pero creo que en los próximos meses se me hará tan duro entrar en casa de mi abuela como fue durante años –nueve años después aún lo es– hacerlo sabiendo que mi abuelo ya no está allí.
Habrá quien piense que todo esto es una tontería, que, al fin y al cabo, se trata sólo de un perro. Y, en el fondo, es así. Se trata de un animal que durante más de una década ha estado ahí dando su amor de forma incondicional, como uno más de la familia. Quien no lo entienda no sabe lo que se ha perdido.
En fin, que el tema del que pensaba escribir tendrá que esperar a mañana. Por hoy no me queda más que despedir a Lara. Hasta siempre, amiga.
Don McLean, American Pie, 1971.
Yo también tuve que pasar por eso no hace mucho y te entiendo perfectamente. Le acompané hasta que el pobre dejo de sufrir, le acaricié y sintió que le queríamos mucho. Lo siento
No es una tonteria! El dia 8 de julio un coche atropeyo a mi perro. Era un jorsay-terrier que recogimos en casa hace casi 3 años porque estaba abandonado. Era supereducado: ladraba cuando queria salir a la calle a hacer sus necesidades, salia el solo y cuando volvia ladraba para que le abrieramos. Nunca ladraba de noche, y cuando llegaba de noche para que le abrieramos soltaba solo un ladrido superbajito que ni siquiere deberia considerarse un ladrido, como si supiera que no debia hacer ruido a esas horas. La verdad es que lloré muchisimo. Siempre he sido de las que «critican» a los que tratan de personalizar a los perros pero se les coge muchisimo cariño.
Tal como dices, Ruymán, quien no haya tenido animales no sabe lo que es recibir el cariño incondicional de estos seres. Y qué triste es cuando se van. Quiero apuntar algo curioso: ningún animal de compañía puede sustituir a otro, ninguno hace olvidar a otro que hayas tenido.
Gracias a los tres por el apoyo. Acababa de enterarme de la noticia y necesitaba desahogarme. Es cierto, te dan todo su cariño sin esperar nada a cambio y ese cariño no puede ser sustituido por el de otro animal. El siguiente te dará el suyo propio, el que lo hace único. En fin, la vida sigue y los recuerdos están para que nunca olvidemos los buenos momentos que nos hicieron felices. 😉
Como sabes, conozco ese dolor de forma muy cercana. A mí me sienta de maravilla escribir sobre Rufo cada 2×3…. asi que creo que esta forma de recordarla es, sin duda, de las mejores.
Allí donde esté Lara estarán todos y cada uno de los momentos buenos pasados. Allí donde estén Vds estará Lara y todos y cada uno de esos mismos momentos.
Un abrazo, compi….
@Sergio, muchas gracias por el apoyo… y lo mismo digo. 😉