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Cuando volar era un placer

viernes, 8 enero 2010

Hubo una época, allá por la década de los 80, cuando éste que escribe era niño, en la que volar era una experiencia casi mágica. En esos años, viajar era un lujo demasiado caro, así que el hecho de tomar un avión –algo prácticamente imprescindible si se quería salir de Canarias–, por excepcional, se convertía en todo un acontecimiento.

Llegar a la, por aquel entonces, imponente terminal del aeropuerto –que en aquellos años suponía más de una hora de trayecto–, atravesar sus puertas automáticas, hacer cola ante los mostradores de facturación, esperar en las salas de embarque –delimitadas para cada puerta–, la atención que te prestaba la tripulación de cabina… todo ello constituía un pequeño ritual que convertía el vuelo en uno de los elementos más emocionantes del viaje. Tanto que, en muchas ocasiones, te impedía dormir la noche anterior al mismo.

Pero esta situación no sería eterna y el paso de los años, entre otras cosas, trajo consigo privatizaciones de aerolíneas públicas que junto con la irrupción de nuevos operadores y la introducción de las nuevas tecnologías, así como la ampliación del descuento a los residentes canarios en sus desplazamientos, redujeron sensiblemente los costes de volar.

Sin embargo, estos avances también trajeron aparejados importantes recortes en los servicios de valor añadido que prestaban las compañías a sus clientes. Recortes que han llegado a la máxima expresión con la popularización de las aerolíneas de bajo coste. Muy lejos quedan ya aquellos tiempos en los que se ofrecía la prensa antes de despegar y se repartía un menú gratuito a todos los pasajeros, con independencia de la clase en la que volaran.

En pleno siglo XXI volar es mucho más fácil que nunca. Gracias a Internet, los pasajeros nos hemos convertido en nuestros propios agentes de viaje y somos capaces de encontrar billetes a precios tan asequibles que están al alcance de casi todas las economías. Viajar, por suerte, ya no es un lujo al alcance de una minoría.

A cambio de esta democratización, hemos perdido la magia asociada a ese momento. Ahora, acomodados en asientos cada vez más estrechos, hacinados como borregos tras haber pasado descalzos, sin cinturones y sin poder portar líquidos, unos tan humillantes como ineficaces controles de seguridad, volar es casi lo mismo que coger una guagua.

Volar se ha democratizado. Para muchos es ya una actividad cotidiana, por la que han pagado el precio de que pierda toda su magia. Y lo que sucede entonces es que si tienes que coger nueve aviones en poco más de tres meses, volar deja de ser un acontecimiento para pasar a convertirse en un auténtico engorro y, como tal, un motivo más de aburrimiento.

Justo lo contrario de lo que te parecía cuando eras niño y subirte a un avión era una de las experiencias más emocionantes que, pensabas, jamás experimentarías en tu vida.

[Fotografía de la T4 de Barajas de CCAYearbook/Morguefile]

One Comment leave one →
  1. eowyn permalink
    viernes, 8 enero 2010 1:55 pm

    A mi, cada vuelo me lleva a una nueva experiencia… me encanta volar!!!! Y por cierto, ojalá pudiera ir a trabajar hacinada en un avión antes que en las viejas, sucias e impuntuales guaguas municipales (en porcentaje se retrasan más q los aviones,te lo aseguro!!!)

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