Noche de Reyes
Desde hace muchos años, cada año, seis amigos se reúnen en casa de uno de ellos para pasar juntos una de las noches más mágicas del año: la de Reyes. Todos han cambiado mucho desde que se conocieron y su relación prácticamente se reduce a mantener esa tradición, por lo que no es de extrañar que durante la cena no dejen de lanzarse numerosos reproches, mientras salen a relucir unos trapos sucios que parecen destinados a acabar de destruir una amistad que sólo vive de recuerdos de tiempos pasados.
Este es el punto de partida de la obra Mentiras, incienso y mirra, de Juan Luis Iborra y Antonio Albert –este último nunca me ha caído nada bien–, que a mediados del pasado diciembre visitó el CICCA.
Protagonizada por Jordi Rebellón –que no actuó en Gran Canaria por motivos de salud y fue sustituido por Óscar Zafra–, Elisa Matilla, Ana Pascual, Ángel Pardo, Jesús Cabrero y Ana Rayo, la obra intenta poner de manifiesto el valor de la amistad como tabla de salvación para seis personas muy diferentes y cercanas a la cuarentena que están atravesando diversas crisis de identidad y que, pese a tener un pasado en común, apenas les queda nada que los una.
A lo largo de la mágica noche del 5 de enero, los rencores guardados durante años, los secretos que salen a la luz y las puyas y reproches que no dejan de cruzarse, y que convierten la cena en una auténtica tragicomedia, conseguirán poner la ya debilitada amistad del grupo en serio peligro, junto con la vida de alguno de sus integrantes.
La acción, que se desarrolla exclusivamente a lo largo de la noche de Reyes, provocará la hilaridad del espectador en bastantes ocasiones –los afilados diálogos durante la cena o una comparación que tiene a la tortilla como protagonista, son buenos ejemplos de ello–, si bien la trama comienza a perder fuerza y credibilidad tras la escena de la cena, para, a medida que avanza la velada, acabar en un final un tanto precipitado que no parece cerrar todas las heridas que se han abierto durante la noche.
No se trata, por tanto, de una gran obra de teatro que pasará a la historia por su calidad. Es, en cambio, una comedia muy bien defendida por sus intérpretes, con la que el público pasará una hora y media larga muy divertida, mientras –muy a su pesar– se ve reflejado en más de uno de los irónicos comentarios que se cruzan los personajes. Porque, seamos sinceros, todos nos hemos dedicado en más de una ocasión a despellejarnos vivos con nuestros mejores amigos.
Y, lo mejor de todo, lo a gusto que nos quedamos al terminar.