Lamentar, pero no condenar
A estas alturas, no tengo muy claro por qué sostengo todavía que no me gusta escribir sobre temas políticos en esta bitácora, ya que de tantas excepciones he acabado convirtiendo la excepción en regla. Pero es que hay asuntos de los que es imposible no hablar y lo que está sucediendo estos días en el Sahara Occidental es uno de ellos.
Casi desde que se supo que Marruecos había irrumpido en el campamento de saharauis para proceder a su desmantelamiento por la fuerza y se iniciaron los mayores disturbios de los últimos años en El Aaiún, no puedo dejar de pensar en el papel que debería jugar el Gobierno de este país en este asunto.
Soy consciente de que la situación de España con respecto a la ocupación de su antigua colonia no es precisamente sencilla, pero hay cosas que no se pueden justificar ni permitir. Porque, cuando hay indicios más que razonables de que se están violando derechos humanos, un Gobierno democrático no puede mirar para otro lado y justificar su inacción en que no tiene los elementos suficientes para valorar lo que sucede.
Así, tras la reunión del Consejo de Ministros del pasado viernes, la recién nombrada ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, se limitó a lamentar lo que estaba ocurriendo en el Sahara, pero declinó condenarlo hasta no tener un «conocimiento real» de lo ocurrido, mediante los pertinentes informes marroquíes. Pues no me vale.
Cuando hay evidencias más que sólidas de que se están violando los derechos humanos más elementales –y aquí se están violando desde hace demasiados años–, no condenar dichas violaciones equivale a convertirse en cómplice de las mismas.
Ya sé que comparar a Marruecos con ETA y al Gobierno con Batasuna puede parecer un ejercicio de demagogia –y es posible que lo sea–, y es cierto que el Frente Polisario no ha sido precisamente una hermanita de la caridad, pero aquí hablamos de otra cosa. Hablamos de condenar un ataque contra la población civil. Y escudarse en que no hay datos concretos de lo que ha pasado es un auténtico ejercicio de cinismo e hipocresía.
Porque si no se sabe lo que ha pasado exactamente es solo porque Marruecos –sí, Marruecos– ha impedido sistemáticamente a cualquier periodista occidental –y español en particular– entrar en El Aaiún. Es porque Marruecos –sí, Marruecos– se dedica a expulsar sistemáticamente de la capital del Sahara Occidental a todos los periodistas que logran burlar sus controles y llegar hasta ella. Es porque Marruecos –sí, Marruecos– presiona y retira las acreditaciones a los corresponsales cuyas informaciones, simplemente, no resultan de su agrado.
Y, ante esa falta de información veraz, ante esa imposibilidad del periodista de ver con sus propios ojos lo que sucede, cada parte del conflicto cuenta su versión intoxicada. Ante eso, el Gobierno de España prefiere esperar a que Marruecos, el mismo país que ha impuesto un cerrojazo informativo en la región, presente un informe veraz de lo sucedido antes de condenar la situación.
Pues ya me dirán qué grado de independencia tendrá el informe que pueda presentar la parte que se ha encargado de que nadie vea lo que ha ocurrido. Ya me dirán si eso no es un motivo más que suficiente para condenar.
Pero como esto es España y aquí no se puede levantar la voz, no sea que Mohamed VI se enfade, una vez más se prefiere mirar para otro lado, que aquí no hay nada que ver. Es decir, lamentar, pero jamás condenar. Igualito que Batasuna.
De Pérez-Reverte se podrán decir muchas cosas, buenas o malas, pero lo cierto es que dice algunas verdades como puños. Siempre me quedó en el recuerdo este articulito, que puede encontrarse en PATENTE DE CORSO, y que te hace sentir de vergüenza de la entrega de un territorio que, como bien dijo alguien, fue provincia española
http://arturoperez-reverte.blogspot.com/2009/09/aquella-navidad-del-75.html
@D’Hubert, pues precisamente esta mañana el propio Pérez Reverte decía esto desde su cuenta de Twitter: