Conservar la humanidad en un mundo de cenizas
Después de casi dos años sin apenas escribir reseñas de los libros que voy recopilando en mi lista de lecturas, intento volver a retomar la costumbre (que aún no me explico cómo perdí) con la que probablemente sea la novela menos indicada para ello de todas las que he leído en los últimos meses: La carretera.
Tengo que reconocer que me enfrenté a la novela de Cormac McCarthy con ciertos prejuicios, casi convencido de que no me iba a gustar. Y esa sensación fue la que me acompañó desde sus primeras páginas.
En un mundo devastado tras algún tipo de catástrofe indeterminada, un padre y un hijo recorren los Estados Unidos, siguiendo la línea de asfalto en busca de un sur que pudiese haberse salvado de la desolación, La carretera no es un texto de fácil lectura.
De hecho, las tres primeras palabras que me vienen a la mente a la hora de definir la historia son desoladora, gris y fría.
Porque, a medida que los dos protagonistas intentan sobrevivir en su viaje a lo largo de un país arrasado, cubierto de cenizas y carente de color, asistimos junto a ellos a una serie de acontecimientos que muestran, en toda su crudeza, el nivel de degradación que puede llegar a alcanzar el ser humano.
De forma inevitable, una sensación de desesperanza invadirá al lector, porque, a diferencia de los improbables universos apocalípticos que crean historias como Mad Max, el mundo gris y carbonizado de McCarthy es completamente verosímil. Por ello, las situaciones extremas que viven los personajes en una imposible lucha por sobrevivir y conservar la escasa humanidad que les queda, mientras se encaminan al único final posible, no pueden sino producir una profunda desazón.
Y, quizá, ese sea el mayor logro de la novela; lo que la convierte en una obra muy buena, ya que consigue enganchar al lector con una historia desoladora que, sin embargo, no puede dejar de leer. En ese sentido, aún no tengo muy claro si el mensaje final de la novela es simplemente desesperanzador o si, por contra, contiene un pequeño hilo de esperanza. Sin saber, en definitiva, si la meta de ese viaje es algo más que una metáfora de una tierra prometida que tal vez no existe, porque, quizá, nunca ha existido.
Después de todo, va a resultar que al final sí que me ha gustado.