La cuesta de enero
Desconozco el motivo exacto, pero acabo de descubrir que los meses de enero no sientan nada bien a la actividad de esta bitácora. Supongo que debe venir unido al hecho de que este mes, al menos en los cuatro últimos años, ha estado ligado a cambios más o menos grandes en mi vida, y estos, tarde o temprano, acaban afectando al ritmo habitual de publicación de entradas.
Ya sea por desgana y aburrimiento, exceso de trabajo, una mudanza o miles de gestiones administrativas y/o médicas, el caso es que, año tras año, el mes de enero se convierte en una enorme cuesta arriba en la que apenas encuentro cinco minutos de tiempo –o ganas– para sentarme a escribir una entrada con un mínimo de fundamento.
Y no es que, entre tanta actividad y/o apatía (en serio, debería hacerme mirar esta tendencia a la bipolaridad; empieza a preocuparme), no encuentre temas sobre los que escribir. De hecho, el número de entradas en estado de borrador ha aumentado peligrosamente en las últimas tres semanas y ya veo con tristeza cómo algunos de ellos caducan sin que haya llegado a esbozar más de tres ideas y un par de párrafos.
Simplemente es que o no tengo ganas de escribir, o no tengo tiempo.
Sé que debería aprovechar esta entrada para hacer propósito de enmienda y decir que a partir de hoy voy a intentar escribir una entrada cada día hasta final de mes. Pero sería llenar este texto de palabras huecas. Al fin y al cabo, estoy escalando mi particular cuesta de enero. El mes más difícil de cada año.
[Fotografía de una de las típicas cuestas de San Francisco de Lorena/Flickr]