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Analista de Mercado v2.0

Al día siguiente no me molesté en ir a trabajar: sabía que me habían despedido.

Todo comenzó una semana antes, cuando X, presidente ejecutivo del Banco de Inversiones XX (dada la naturaleza de los hechos que voy a relatar y la importancia de las personas involucradas, omitiré sus nombres), me invitó a comer por sorpresa. Supuse que iba a hacerme una oferta de empleo -hasta hace dos días yo era el analista de mercado junior más brillante de YY Inversiones, su mayor competidor-, pero me equivocaba. La traición que X me propuso era mucho más oscura que dejar a quien me lo había enseñado todo sin el preceptivo preaviso con dos semanas de antelación.

De todos es sabido que Y, mi jefe y mentor hasta antes de ayer, estaba obsesionado por crear un programa informático que fuese capaz de predecir la evolución de los mercados financieros sin margen de error. Dos meses atrás, en los círculos financieros se extendió el rumor de que lo había logrado. Cuando se lo pregunté, me dijo que era cierto, pero que jamás lo usaría, ya que acabaría con el negocio al que había dedicado toda su vida. Añadió que había tomado medidas para evitar que cayera en malas manos, como protegerlo con una contraseña indescifrable.

X ya tenía una copia del programa. Lo que me propuso fue robar la contraseña a cambio de diez millones de euros en una cuenta secreta, abierta a mi nombre, en las Islas Caimán. Debía a Y todo lo que era, pero ante tantos ceros juntos y bajo los efectos de las dos botellas de vino que casi me había bebido yo solo, no pude decir que no.

Encontrar la clave con la que Y había protegido el «Analista de Mercado v2.0» fue sencillo. La tenía escrita en su agenda personal, que siempre dejaba encima de su mesa. Hace dos noches, cuando Y se marchó de la oficina, no tuve más que entrar en su despacho, como si fuese a dejar un informe, y copiarla.

Media hora más tarde, estaba en las oficinas del Banco de Inversiones XX. X insistió en probar el programa antes de ordenar la transferencia. Aunque el programa comenzó a funcionar tan pronto X tecleó el último dígito de la contraseña, un mensaje en la pantalla nos advirtió de que estábamos haciendo un uso no autorizado de «Analista de Mercado v2.0». A los pocos momentos algo empezó a ir mal. Todas las predicciones que hacía eran erróneas, por lo que realizaba operaciones ruinosas. Y, siempre tan desconfiado, lo había programado para efectuar las peores inversiones posibles.

Cuando X se dio cuenta, intentó cerrar el programa, pero ya era demasiado tarde. En menos de treinta segundos, todo el capital de sus clientes -varios miles de millones- se había visto reducido a unos pocos cientos de euros. Tan fuerte fue la impresión que sufrió X al verse en la ruina, que cayó fulminado de un infarto.

Con la sensación de que muy probablemente había iniciado una crisis financiera internacional sobre mi conciencia, huí a casa.

Ayer ya no fui a trabajar. No tenía sentido. Desde entonces me he dedicado a revisar las ofertas de empleo en los clasificados de los periódicos, mientras evito a toda costa los titulares de la sección de Economía y Finanzas.

R.J.R.
Arucas, 22 de marzo de 2009.