El robot de cocina

La verdad es que yo siempre fui muy reticente a tener un chisme de esos en casa. Tanta novedad, tanta modernidad… ¿Para qué?, si la cocina necesita amor, necesita alma. No me malinterpreten. Es verdad que tú le pones ahí todos los ingredientes y un chisme de esos te hace, yo qué sé, una sopa en un momento, pero no es lo mismo. Le falta un toque humano. No sé cómo definirlo. ¿Se acuerdan del libro ese de esa escritora mexicana? Sí, Como agua para chocolate. Pues eso es lo que le falta a lo que cocinan esos chismes. Le falta que cuando lo comas te entren ganas de reír o de llorar sin parar. O de irte a la cama con tu marido. Lo que decía, le falta alma.

Y, sin embargo, tanto insistieron Puri y mi Pepe… La una que si era una maravilla, que lo hacía todo en un periquete y te tenía la cocina limpísima todo el día y el otro que si siempre me quejaba de que no tenía tiempo para mí y que nunca me daba un capricho que, total, aunque no me convencía, acabé cediendo.

Y, no se crean, que aunque es verdad que nada de lo que prepara esa máquina tiene alma, lo cierto es que la comida que hace suele ser bastante sana y sabe bien. Además, desde que está en casa no hace falta que me preocupe por nada. Él se encarga de todo: pica, bate, tritura, amasa, fríe, cuece, hornea y hasta sirve la mesa y friega los cacharros. Solo le falta ir a la compra para que no tenga que entrar a la cocina para nada.

Porque es cierto que desde que mi Pepe se empeñó en comprarlo, casi ni piso la cocina.

Aunque tengo que reconocer que eso es porque cada vez que entro en lo que él considera sus dominios, ese maldito y servicial robot de cocina intenta filetearme con uno de sus enormes cuchillos de carnicero.

R.J.R.
Arucas, 2 de febrero de 2013