Extraños aparentes
Me cruzaré con él la mañana de un caluroso domingo cuando, en busca de un poco de brisa fresca, deambule sin rumbo por la atestada avenida de la playa. Será un tipo de lo más corriente. Una de esas personas con las que puedes encontrarte todos los días sin que repares en ellas. Sin embargo, algo -no me pregunten qué, porque no sabré responderles- hará que me fije en él.
Al observarlo más detenidamente, amparado por la multitud, notaré una especie de conexión entre ambos, como si el resto de mi vida dependiera de lo que haga ese desconocido. Por ello, pensaré en seguir sus pasos, observar a dónde se dirige y tratar de averiguar algo sobre él. Para hacerlo, no tendré que desviarme de mi itinerario habitual, ya que el extraño parecerá seguir mi mismo recorrido.
Asombrado, veré cómo ese hombre girará en la esquina de mi calle y no sólo entrará en mi edificio, sino que se dirigirá hasta el apartamento en el que vivo, de alquiler, desde hace casi dos años y abrirá la puerta con su propia llave.
Intrigado y bastante nervioso, tocaré el timbre de mi apartamento. Instantes después, el desconocido me abrirá la puerta. Sin poder contenerme, le diré que he estado siguiéndolo toda la mañana, hasta que lo vi entrar en mi apartamento, y le preguntaré quién es y qué clase de broma es esa.
Desconcertado, el desconocido me responderá que lo que le cuento es imposible. Me dirá que es un escritor que lleva casi dos años viviendo en ese apartamento y, además, esa mañana no ha salido de casa. Desde muy temprano, habrá estado trabajando en una historia en la que dos tipos corrientes se cruzan mientras pasean por la playa y uno de ellos, presa de una extraña atracción, se ve obligado a seguir al otro hasta su casa.
R.J.R.
Arucas, 27 de marzo de 2009.