Historia de un hotel
Hay cosas que no siempre son lo que parecen. O no siempre lo han sido. No sé si recordarán que hace tiempo conté que desde la ventana de mi cocina se ven las habitaciones traseras del típico hotel urbano de cuatro estrellas de la típica cadena de hoteles urbanos de cuatro estrellas. Pues, no sé por qué, siempre sospeché que detrás de ese hotel había algo extraño.
Desde que me mudé a este piso, cada día paso al menos dos veces por delante de ese hotel. Y siempre me llamó la atención. Había –hay– algo en el edificio que desentonaba; un detalle extraño que molestaba a mi subconsciente y acabó por despertar la curiosidad de mi consciente.
Ese detalle era, precisamente, el edificio. Porque el propio edificio que cobija al hotel no responde a la tipología de edificio en el que uno esperaría encontrar un hotel. Apenas tiene tres plantas y, contando las ventanas que se ven desde la calla, calculo que no debe de tener más de 30 habitaciones.
De hecho –y eso era lo que me desconcertaba–, si quitamos el recubrimiento con el que la típica cadena de hoteles urbanos de cuatro estrellas ha cubierto la fachada de ladrillo, el edificio es casi idéntico al bloque de pisos que tiene al lado. En el momento en que me di cuenta de ese parecido, empecé a sospechar que el edificio no siempre alojó el típico hotel urbano de cuatro estrellas en su interior.
Se me ocurrió pensar que, tal vez, era un viejo edificio de apartamentos que la típica cadena de hoteles urbanos de cuatro estrellas reconvirtió en hotel. Y no iba muy desencaminado, porque después de hacer unas breves averiguaciones por el barrio, descubrí que el edificio no siempre fue un hotel. Al menos en sentido estricto.
Según me comentó alguien que vive por aquí desde hace años, el típico hotel de cuatro estrellas, antes de ser un típico hotel de cuatro estrellas, era un hostal con fama de acoger a parejitas y servir de picadero de forma habitual.
No he podido averiguar si esa fue su primera función o su historia se remonta a otros usos anteriores, pero el sólo hecho de tener este pasado más o menos truculento hace que, cada vez que me asomo a la indiscreta ventana de la cocina, lo encuentre mucho más interesante de lo que lo veía ya.
Sin ir más lejos, me sirve para inventar muchas más historias para sus anónimos huéspedes de ayer y hoy que, poco a poco, van creando mi historia de un hotel.
Eagles, Hotel California, 1976.
[Fotografía de mfeinf/Morguefile]