He vuelto a caer
Cuando -obligado por la mudanza inminente- había conseguido reducir mi lista de lecturas pendientes a la ridícula cifra de cuatro o cinco libros esperando en el estante del mueble del salón, he vuelto a caer. No sé cómo pudo ocurrir. Bueno, sí que lo sé. Fue cuando, huyendo de la sofocante calefacción, bajé a tomar un poco el aire en medio de la jornada laboral.
Al pasar por delante de la Librería Modesta, me detuve un poco más de lo normal ante su escaparate. Desde las mesas y las estanterías los libros me llamaban. Recordé que hace tiempo que quiero comprar un libro en concreto y olvidé que me había propuesto no comprar ninguno hasta agotar la lista. Y, entonces, entré en la librería y, de nuevo, caí.
Porque, aunque sólo me llevé un ejemplar de La hermandad de la buena suerte, novela con la que el filósofo Fernando Savater acaba de ganar el Premio Planeta, dejé encargados otros dos títulos más, que en ese momento no tenían.
El primero de ellos es El palacio azul de los ingenieros belgas, escrita por Fulgencio Argüelles, ganadora del Premio de Novela Café Gijón en 2003 y, a la sazón, obra culpable de mi recaída, ya que la tenía en el punto de mira desde que semanas atrás una amiga me la recomendara encarecidamente, algo en lo que coincide con un lector de esta bitácora.
Y, dado que me estoy llevando una agradable sorpresa con la lectura de La balsa de piedra de José Saramago, decidí encargar también una edición de El año de la muerte de Ricardo Reis. De la sorpresa hablaré cuando termine el libro, aunque adelanto que es algo que no me había ocurrido con ninguna de las otras obras que he leído del escritor portugués afincado en Lanzarote.
Así que aquí me tienen, recomendando tres lecturas que aún ignoro si serán -o no- apasionantes, mientras espero ansioso la llamada de la librería y me planteo seriamente comprarme unas anteojeras para, cual caballo de carreras, mirar sólo hacia el frente la próxima vez que pase por delante de una librería.


No, si al final vas a tener que acudir a «lectores anónimos»jejeje a hacer terapia. Lástima, a mi esa fiebre de escaparate me pasa justo en las tiendas de trapitos y demás pocholadas, y está claro, yo también necesito terapia. Saludos y buena lectura
Está claro… Lo tuyo ya es vicio 😀
D’hubert, lo mío siempre ha sido vicio. Y no sólo con la lectura… 😉 Por cierto, que ya pensaba que no tenías intención alguna que volver a aparecer.
Marta, pues no sé que adicción será peor para el bolsillo. Jajaja. 🙂
Anda! Pues la balsa de piedra está entre mis pendientes,así que creo que no tardadrá en caer…
Ya contaré más cuando la acabe, Tara. 😉
Mira que te gusta crear morbillo ya que sabes cuáles fueron las razones de este » cese temporal del blogueo » . Por cierto, esa foto que ilustra tus comentarios me suena de algo 😀
D’hubert, en ningún momento he dicho que no supiera por qué no comentabas, sino que pensaba que no volvías. Y fotos como esa, tengo más. 😉
Sí, ya he visto una Flicker: «Meditando… » . Vaya si cundió aquel día 😀
Gracias por la alusión…
Wotan, al César lo que es del César.