Viejas costumbres

Después de haber pasado los dos últimos veranos fuera de la isla, este año estoy aprovechando el parón más o menos forzoso en el que me encuentro para retomar algunas de las costumbres estivales abandonadas durante mi periplo madrileño. Una de esas viejas costumbres es la que me ha llevado a pasar las mañanas de prácticamente la totalidad de los sábados de los últimos dos meses en la playa, en Agaete.

Aunque el Puerto de Las Nieves no deja de ser uno de los típicos enclaves turísticos de la isla de Gran Canaria, su playa no congrega a miles de turistas ávidos de sol. Seguramente, el hecho de encontrarse más bien en el norte –noroeste, para ser más exactos– y poseer un perfil pedregoso, bastante alejado del ideal de vastas extensiones de fina arena rubia, la convierten en una playa familiar, frecuentada tanto por vecinos de Agaete como de los municipios aledaños.

Por ello, es normal encontrar, año tras año, a las mismas personas disfrutando de sus frías y transparentes aguas, completamente mansas al abrigo del muelle de pescadores. Y, precisamente por ello, no hay que extrañarse si la siempre espectacular la llegada de uno de los fast ferry de Fred. Olsen que unen el puerto con la vecina isla de Tenerife no provoca una mínima señal de asombro en los asiduos de la playa. Es, como el desaparecido Dedo de Dios, un elemento más del paisaje cotidiano.

Incluso en días como hoy, en los que la fuerza del viento dificulta aún más la maniobra de atraque, nadie parece prestar atención a las evoluciones del imponente catamarán, ignorando, por ejemplo, el espectáculo que ofrece su silueta al recortarse contra los acantilados.

Claro que, también habría que preguntarse cuándo no hace viento en Agaete.