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Hipatia de Alejandría

martes, 23 febrero 2010

La noche del pasado 14 de febrero, Ágora, la última película de Alejandro Amenábar se convertía en una de las cintas triunfadoras de la gala de los premios Goya, al alzarse con siete de las trece estatuillas a las que optaba, sólo superada por las ocho de Celda 211. Con esta cosecha de premios se cerraba la polémica que ha acompañado a la segunda producción más cara del cine español desde antes de su estreno.

Cartel de ÁgoraPorque la historia que propone el guión de Amenábar y Mateo Gil para contar la que pudo ser la vida de la filósofa y astrónoma alejandrina –magistralmente encarnada por Rachel Weisz– estuvo rodeada de polémica desde incluso antes de su estreno.

Es muy poco lo que se sabe acerca de la vida y la obra de Hipatia, una mujer que vivió en el siglo IV después de Cristo, en una ciudad marcada por las tensiones entre los judíos, los cristianos coptos y los paganos romanos, más allá de la forma en que encontró la muerte a causa de sus ideas. Por ello –y así lo han reconocido sus autores– lo que se cuenta en la película es una biografía ficticia del personaje histórico. Y es aquí dónde comienza la polémica.

A Amenábar se le ha acusado de tergiversar la Historia –con mayúsculas– para crear un personaje ficticio –humanista y abierto a todo tipo de ideas– con el que atacar a los cristianos, pintándolos como una panda de intolerantes dispuesta a imponer su fe aun a costa de aniquilar a quienes no estén dispuestos a abrazar su credo.

Quienes usan estos argumentos demagógicos para denostar el trabajo creativo desarrollado por Amenábar –con el que se podrá estar más o menos de acuerdo– olvidan –probablemente de forma consciente– que se encuentran ante una obra de ficción y no ante un documental del Canal Historia. Se trata de una obra cinematográfica que, partiendo de unos hechos históricos, cuenta que pudieron haberse desarrollado así, pero no que necesariamente ocurrieran de esa manera.

No deja de resultar curioso, por otra parte, que a Amenábar se le exija ese plus de veracidad en su película cuando, luego, cientos de miles de personas aceptan como auténticos dogmas históricos las aberraciones que inventan escritores como Dan Brown en sus Códigos da Vincis y son capaces de defender en debates presuntamente serios la existencia de un mensaje oculto en La última cena.

En lo que respecta a quienes argumentan que se pinta a los cristianos como «los malos de la película», olvidan que quienes iniciaron las confrontaciones fueron los paganos y que, tras desatarse los conflictos, tanto judíos como cristianos se dedican a apedrearse mutuamente. Además, no hay que ser historiador titulado para saber que casi todas las grandes religiones tienen un pasado –o presente– fundamentalista y sangriento. Y la Iglesia Católica y los judíos no iban a ser una excepción. Basta con remitirse a las cruzadas o la Santa Inquisición en el caso de la primera o a la muerte de Jesucristo y los continuos ataques al pueblo palestino, por parte de la segunda.

Pero quizá sea el propio Amenábar quien mejor haya resumido esta absurda polémica:

«En esta película todos salimos dando palos, paganos, cristianos, judíos, romanos… No es una película contra los cristianos, sino contra el fundamentalismo, ese momento en que se aparcan las ideas, y se pasa a las hostias.»

Alejandro Amenábar en un encuentro digital en elpais.com (13-10-09)

A pesar de estas «campañas» de desprestigio, la cinta obtuvo el apoyo del público, que la colocó como la cuarta película más vista del pasado año, con una recaudación de casi 21 millones de euros, y ahora obtiene también el reconocimiento de los profesionales por su calidad técnica y el arriesgado planteamiento del guión, circunstancias que deberían servir para cerrar una polémica en torno a un film que, de haber sido firmado por casi cualquier director hollywoodense, sólo habría recibido críticas acerca de sus aspectos técnicos –como un metraje demasiado largo, el abuso de los planos «de Google Earth» y las estrellas, así como la excesiva lentitud narrativa del comienzo, nada habitual en Amenábar y que divide la película en dos partes completamente distintas– en lugar de cuestionar la veracidad de su guión.

Pero, amigos, se trata de un director español y, no nos engañemos, España es así.

Trailer oficial de Ágora, 2009.

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