Voy a mil
El reloj se acerca peligrosamente a la una de la madrugada –medianoche en Canarias– cuando consigo sentarme por primera vez en el día ante el ordenador por un motivo diferente al trabajo. Tengo que mirar dos veces el calendario para asegurarme de que la jornada que concluye es, efectivamente, martes. Estoy tan cansado que mi cuerpo cree que es, al menos, jueves. Me planteo dejar de escribir y meterme ya en la cama.
Abro la agenda para otear el panorama que me espera antes del fin de semana y descubro, no sin algo de horror, que no sólo tengo compromisos anotados hasta el viernes, sino que ya tengo un par de citas concertadas para el sábado y el domingo. Aunque lo bueno de éstas es que son casi exclusivamente por placer.
Al comprobar que estas últimas semanas mi vida transcurre en un plan frenético total, no puedo dejar de preguntarme cuándo me quedaré quieto, al menos el tiempo suficiente como para teclear una entrada de más de tres párrafos sin correr el riesgo de escribir una sarta de incoherencias o desplomarme sobre el teclado, víctima del sueño atrasado.
Supongo que la respuesta es tan sencilla como decir que cuando deje de ir a mil.
Olé Olé, Voy a mil, 1984.
¿ » Un par de citas concertadas para el sábado y el domingo… casi exclusivamente por placer » ? Creo que todavía estamos en horario protegido!!! 😀
@D’Hubert, ir al supermercado, por ejemplo, no es placer. Me parece que tienes la mirada algo sucia…
Humm, eso sí que me gusta!jaja!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!