Mar de hojas
Las diez y cuarto. El termómetro de la marquesina marca dos grados centígrados. Pienso que la sensación de frío es mucho mayor y me debato entre congelarme las orejas durante quince minutos mientras espero la guagua o helarme las orejas mientras camino un cuarto de hora hasta casa. Evidentemente, escojo la segunda opción.
Acostumbrado a nadar sólo en una piscina climatizada durante el invierno, me arrepiento de mi decisión tan pronto como descubro que tengo que atravesar un auténtico mar de hojas caídas que cubre la práctica totalidad de las aceras que separan la redacción de mi piso.
En los cruces, el viento, gélido, levanta auténticas olas de inerte materia vegetal que amenaza con darme un revolcón y hacerme naufragar, motivo por el que intento nadar a un ritmo lo suficientemente rápido como para no congelarme por el camino, pero que me permita pisar el manto marrón sin riesgo de resbalar y acabar con mis huesos en el suelo.
A mitad del recorrido, un árbol me rocía con una lluvia de hojas, las orejas me duelen una barbaridad y empiezo a preguntarme si no debí de haberme quedado bajo la marquesina de la parada de la guagua.
Para intentar apartar esos pensamientos negativos, sin saber por qué (más allá de evitar el castañeteo de los dientes), comienzo a tararear insistentemente una canción de Fito y Fitipaldis y me digo que desde la guagua no habría podido deleitarme con las luces navideñas que ya cruzan algunas de las calles cercanas a Arturo Soria, ni podría admirar las que, a pesar de la fecha tan temprana, cuelgan ya de muchos de los balcones que encuentro a mi paso.
Desde la guagua tampoco habría podido ver ninguno de esos Papás Noeles que, colgados de varias ventanas, piden a gritos que alguien los rescate.
Cuando llego a la parada en la que me tendría que haber bajado sin que, a pesar de haber parado para sacar un par de fotos, me haya adelantado ninguna guagua, me digo que tomé la decisión correcta. El termómetro también marca dos grados, pero yo tengo más frío.
Ya en casa, mientras escribo el borrador de este texto, empiezo a entrar en calor. Sin embargo, aún no siento las orejas.
Ya quisiera yo estar ahí con las orejas heladas y pasando frío, pero gracias a unos desaprensivos CONTROLADORES-AS que además no dan la cara y alguna se atreve a ponerse delante de la cámara, con lagrímas -de cocodrilo- en los ojos insinuando que la habían tratado como delincuente, obligandandola a sentarse y a separar aviones. SRA CONTROLADORA,¿ha pensado VDS como nos sentimos los miles y miles de personas afectadas gracias a la ineptitud de VDS. LOS CONTROLADORES? que solo piensan en su poder adquisitivo alegando que tienen estres,¡y digo yo! ¿el estres lo tendran ahora porque no cobran horas extraordinarias? no piensan en aquellos que no tienen nada ni para llevarse a la boca ni tampoco en todo un PAÍS si un PAÍS dejando tirado a miles de personas con miles de ilusiones, e islas incomunicadas, como en mi caso, a personas esperando por su familiares para pasar unos dias juntos etc etc. Bueno en definitiva que he tenido que quedarme en casa con mi maleta preparada (que ahora voy a deshacer) y a esperar otra oportunidad si los SRES-AS CONTROLADORES-AS me lo permiten. No creo que tenga que explicar como me siento y cual es mi estado de anímo. Gracias, Ruymán, por dejar desahogarme aunque sea de esta manera. Un besote.
Vaya, te has desahogado a gusto, ¿eh? 😉
Un abrazo.
¿Tu lo crees? Pude haberme desahogado más pero no merece la pena seguir sufriendo, lo pasado pasado está y además sin remedio alguno.
Un besote.