Crónica de una noche imprescindible: Sting en Gran Canaria
Valorar un evento –cualquier tipo de evento– cuando uno no es experto en la materia que analiza conlleva el riesgo inevitable de caer en los típicos –y tópicos– lugares comunes y la casi siempre inevitable pedantería. Por ello, voy a dejar la crítica para los expertos, y me limitaré a intentar contarles cómo viví una noche imprescindible: la del primer concierto de Sting en Gran Canaria.
Desde que, allá por los meses de marzo o abril comenzó a rumorearse la posibilidad, la visita de Gordon Matthew Thomas Sumner a la isla no dejó indiferente a nadie. Mientras unos se felicitaban por la posibilidad de poder asistir a una actuación del ex líder de The Police, otros se quejaban de las subvenciones recibidas por los organizadores del concierto y los restantes –posiblemente porque no lograron hacerse con una de las 12.000 entradas que salieron a la venta– argumentaban que, con casi 60 años, el británico es ya un artista de segunda fila.
Pudiendo coincidir con los segundos en lo que respecta a las subvenciones públicas –necesarias por desgracia para poder traer espectáculos de calidad a las Islas sin que se dispare el precio de las entradas–, solo puedo decir que si lo que se vivió anoche en el Estadio de Gran Canaria fue la actuación de un artista acabado, probablemente habría matado por verlo en acción en sus buenos tiempos.
A pesar de haber empezado con unos 35 minutos de retraso –probablemente motivado por la lentitud con la que se accedía al recinto–, al británico le bastó una canción (Every little thing she does is magic) para comenzar a meterse al público en el bolsillo. Y con la tercera, Englishman in New York, logró su primera conexión con una audiencia, que no paró de corear toda la canción y continuó igual de animada con Roxanne.
En este concierto, enmarcado dentro de su gira Symphonicity y en el que interpretó la versión sinfónica de 23 de sus temas más conocidos tanto de su carrera en solitario como de sus años al frente de The Police, Sting estuvo acompañado por la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria (OFGC), dirigida por Chelsea Tipton, formación a la que elogió ya desde su primera intervención. Y lo hizo en español, puesto que fue este idioma el que, de forma más o menos correcta, empleó para dirigirse al público durante todo el concierto.
Y estos elogios cobraron todo su sentido unos pocos temas después, cuando la OFGC envolvió al estadio con la impresionante ejecución orquestal de Russians, sin duda, otro de los grandes momentos de la noche, por delante incluso de la segunda gran explosión del público, casi al final de la primera parte del programa y cuyo detonante fueron los acordes de Fields of Gold. Tema que, por cierto, constituye una de mis debilidades cuando hablamos de Sting.
Tras los veinte minutos de descanso, tal vez necesarios para que el británico mantuviese intacto su caudal de voz desde el primer al último tema, pero que a mi juicio sirvieron para enfriar al público en una ya de por sí fresca noche de julio (en lo que respecta al clima, Siete Palmas siempre es Siete Palmas), el cantante se enfundó en una chaqueta de imposibles mangas con forro rojo para convertirse (casi literalmente) en el monstruo que protagoniza Moon over Bourbon Street, tema preludiado por la OFGC en una orquestación propia de una película del mejor terror clásico.
El tiempo transcurre vertiginosamente –aunque paradójicamente el concierto no supo a poco–, y los acordes de Every breath you take, todo un himno de The Police, ponen al estadio en pie, a la vez que anuncian el inicio de la despedida. Despedida que se produce definitivamente tras cuatro bises que concluyeron con una vibrante versión acústica de Message in a bottle con un público tan entregado como el cantante.
Fuera del plano musical y como suele ser habitual en este tipo de eventos, las mayores críticas son para la organización, debido a la escasez de accesos y a los problemas de visibilidad en algunas partes de las gradas (40 euros), que se solucionaron trasladando a los afectados al patio de butacas, plagado de políticos que copaban los mejores lugares de las primeras filas en, quizá, un claro (y excesivo) peaje por las aportaciones de dinero público recibidas por el promotor.
En lo que respecta al sonido, al menos desde el patio de butacas (50 euros), estuvo bastante correcto, aunque me pareció percibir que la acústica era mejor cuando se estaba sentado que de pie.
Sin embargo, lo de anoche fueron alrededor de dos horas y diez minutos de grandes éxitos interrumpidos por el mencionado descanso que, a pesar de todo, concluyeron con un público totalmente entregado –sobre todo en los bises, ya en pie– a un Sting algo menos frío de lo que esperaba, sobre todo tras la «arremetida» de los promotores contra una desafortunada campaña publicitaria de Agua de Firgas.
Si me preguntaran si el espectáculo mereció la pena, no dudaría en responder que sí. Es más, volvería a pagar 50 euros por ver a Sting otra vez. Porque hay cosas que tienen que escucharse (y verse) en directo al menos una vez en la vida.
Gracias por la recomendacion. Estoy loca porque venga a Puerto Rico para disfrutarlo tambien.
Y si son 2 veces como es mi caso… mejor que mejor… maravilloso concierto!
cuatro bises ??? O sea, dos vis a vis.. Ahora lo entiendo todo…
http://www.elpais.com/articulo/agenda/Sting/dice/hace/amor/horas/dia/elpepigen/20030923elpepiage_2/Tes
@esovasss, ojalá vaya pronto y puedas disfrutarlo.
@ninde, afortunada tú, que lo has disfrutado dos veces. Por cierto, tu cara me suena. 😉
@D’Hubert, me admira tu capacidad para salirte por peteneras. 😛