¿Quién bebió tu sangre cuando estabas seca?
En ocasiones –aunque últimamente debería decir todos los días– me pregunto en qué realidad paralela vive la clase política que –sin duda por desgracia– nos ha tocado sufrir a los españoles. Porque, cuando, a tres meses de las elecciones, el todavía presidente del Gobierno considera, con el aplauso del líder de la oposición y la aquiescencia del próximo candidato de su partido, que la mejor manera de salir de la crisis es reformar –de forma exprés– la Constitución por segunda vez en sus casi 33 años de vigencia para que incluya un límite de endeudamiento al Estado, prefiero pensar que nuestros líderes políticos viven en una realidad paralela y que esta propuesta no tiene como finalidad ningunear y cabrear (aún más) a una sociedad –sus votantes– que lleva meses exigiendo su derecho a participar en una democracia mucho más real.
Hoy, mientras viajo al pasado y me pregunto qué habrá hecho nuestra querida España para que la traten (tratemos) de esta forma, tengo mucho más claro qué opciones no voy a votar el próximo 20 de noviembre. Lo malo es que, de momento, tampoco veo a nadie a quien me apetezca dar el sí.
Reconozco que no sé si incluir un límite al endeudamiento público en la Constitución solucionará la crisis –cuando la raíz del problema está en el endeudamiento del sector privado– o, como dicen por ahí, la convertirá en crónica. Pero de lo que sí estoy seguro es de que cuando se quiera modificar una norma fundamental, como ciudadano, quiero que haya un debate serio y que después se me consulte. Si tú también lo quieres, exige tu derecho a decidir.
Siempre he dicho que no me gusta escribir de política, pero lo prefiero a dejar que me traten como a un borrego. Eso nunca estaré dispuesto a permitirlo.
Cecilia, Mi querida España, 1975.