El placer de contar cuentos
Una de las primeras cosas que pensaba hacer esta mañana, tras las habituales actividades rutinarias que suele cumplimentar uno cada mañana, era confesarles que finalmente anoche no fui uno de los doce millones de espectadores que se tragó eso que Rubalcaba y Rajoy piensan que es un debate, pero que en realidad no lo es. A cambio –y como ya podía leerse entre líneas en la entrada anterior a esta–, preferí participar en una Jam Session de microrrelatos. Y acerté en mi decisión.
Sin embargo, una proposición que recibí ayer por la tarde, y que le dará un giro de 180 grados a mi vida durante las próximas tres semanas (y de la que ya hablaré a su debido momento, que, espero, será mañana), me alejó del teclado hasta hace escasos minutos. Así que cuando iba a empezar a escribir la crónica de una velada en la que se recordó la figura de la desaparecida escritora Dolores Campos-Herrero, me encuentro con que Alexis Ravelo ya lo ha hecho. E infinitamente mejor de lo que yo podría aspirar. Más que nada, porque él tenía una chuleta con los nombres de los escritores participantes y yo, no.
Porque de lo que trataba la noche era de rendir un homenaje –y ya van cinco– a Campos-Herrero a través de uno de sus géneros predilectos: los microrrelatos. Y por ello, durante casi dos horas, una treintena de caras conocidas, reconocidas y nuevas desfilaron ante el micrófono de Cuasquías para compartir más de medio centenar de historias de ficción tan largas como permitieran las 250 palabras que, como máximo, dicen los organizadores de Matasombras que se pueden emplear. Afortunadamente, la mayor parte de los autores que tuve el placer de escuchar anoche son tan buenos que no necesitan pasar de la centena para crear historias que atemorizan, evocan recuerdos de un pasado no necesariamente mejor o despiertan la risa, pero siempre invitan a pensar.
Hubo quienes, incluso, se atrevieron a improvisar algunos textos a cuenta del presunto debate que, por suerte, no estábamos padeciendo y de la tediosa campaña electoral.
Al igual que hace dos años, también yo pasé por el escenario. Lleno de dudas acerca de la calidad de mis textos, me inicié con Dedicatoria, un relato aún inédito que despertó las risas del público. En la segunda intervención, La llave de Sabina volvió a arrancar una carcajada del público, situación que se repitió un poco más tarde con ¿Susto o muerte?.
¡Hice reír al público en tres ocasiones consecutivas! ¡Y se reían con mis textos, no de ellos! Esta asombrosa circunstancias me lleva a pensar que debo seguir explotando los relatos que rondan lo macabro mezclado con ciertos toques de humor negro. Es el estilo en el que, por otra parte, me siento más cómodo. Tanto es así que les dejo con una revisión de ¿Susto o muerte? mucho más condensada:
«Escogió susto, pero se les fue la mano»
Y ahora, me vuelvo a mi vida, que con esto de tenerla patas arriba estoy que no encuentro nada.