Hasta siempre, señor Bowie
Este año, los Reyes Magos decidieron, entre otras cosas, traerme una herida en un ojo que me ha tenido tuerto y apartado de teclados y casi cualquier clase de pantalla durante los últimos cinco días. Por ello, el pasado viernes apenas pude ver de soslayo la noticia del lanzamiento de su último disco, que coincidía con su 69 cumpleaños.
Ha querido la mala suerte que el mismo día en que el oftalmólogo me da el alta, me haya despertado con la noticia de su fallecimiento. Ayer moría el hombre de las mil caras, el artista que supo reinventarse una y mil veces porque no concebía una vida acomodada, sin innovación. Se apagaba la voz del hombre que vivió una odisea espacial para, acto seguido, continuar vendiendo el mundo.
Hoy ya sólo podemos decir hasta siempre, señor Bowie. Y, yo, humildemente, intentar este fin de semana rendirle mi particular homenaje volviendo a la incomprendida Dentro del laberinto. Quizá la película a la que, por muy poco, La princesa prometida, Los Goonies y Willow impidieron entrar en esa peculiar trilogía de culto en la que se han convertido para quienes fuimos niños en los 80. Sin embargo, tengo la impresión de que a él, que rechazó el título de Caballero del Imperio Británico en 2003, poco le habría importado.
David Bowie, The Man who sold the World, 1970.