Perdiendo el control
Llevo varias semanas soñando con relativa frecuencia que voy conduciendo –por un trayecto siempre conocido– y al llegar a una curva, el coche no me responde o, a pesar de no ir a una velocidad excesiva, no logro controlarlo y acabo saliéndome de la carretera. Casi siempre, para caer por un desnivel o precipicio, aunque nunca recuerdo que el accidente llegue a consumarse. En otras ocasiones, voy en el coche –no necesariamente conduciendo– y tengo que hacer alguna maniobra como pisar el freno o girar el volante para evitar un pequeño golpe. Y, de nuevo, no obedece a mis órdenes. El accidente parece inminente, pero nunca llego a sufrirlo. O al despertar ya no lo recuerdo.
Antes soñaba que tenía que salir de viaje y no había preparado la maleta. Si no me marchaba ya para el aeropuerto, perdería el avión y, sin embargo, me empeñaba en preparar el equipaje a toda prisa. O en ir a casa a prepararlo, si no estaba en ella. Igualmente, jamás supe si llegaba a tiempo o perdía el vuelo. Es más, ni siquiera sé si alguna vez llegué a empezar a llenar de ropa la maleta.
En ambos casos, la sensación de impotencia era –es– angustiosa. Y, junto a ella, la rabia porque las cosas no salen como tienen que ser.
Hace unos días, me encontré un tuit que enlazaba a un artículo en el que se explicaba el presunto significado de algunos sueños más o menos recurrentes y habituales. En concreto, decían que, según los expertos, soñar con que se va en un vehículo que se es incapaz de controlar refleja miedo a no conseguir un objetivo o una meta en la que se ha estado trabajando durante mucho tiempo. Algo así como la forma en que nuestro subconsciente manifiesta su angustia por aspectos de nuestra vida que, aunque no queramos que sea así, escapan de nuestro control. Sinceramente, para ese viaje no me hacían falta psicólogos. Alforjas, quería decir.
Laura Branigan, Self Control, 1984.