Un buen año
Hoy hace exactamente 365 días que, en mitad de una improvisada reunión familiar a la hora de la cena, tomé una determinación. Llevaba varios meses dándole vueltas a la necesidad de imprimir un cambio a mi vida y en aquel momento tomé la decisión de hacerlo, aunque su puesta en práctica –y por causas ajenas a mi voluntad– se demoró casi dos meses más. La última vez que necesité hacer cambios importantes en mi vida me lié la manta a la cabeza y acabé en Madrid estudiando periodismo. Esta vez el objetivo era mucho más modesto.
Tras tres años de mucho estrés, inmerso en un proyecto periodístico que, por fin, parecía consolidarse, necesitaba ocuparme de mí. Ordenar mis hábitos alimenticios, volver a hacer deporte de forma regular y perder algo del peso que había ganado durante esos 36 frenéticos meses. Me puse en manos de una profesional y me propuse perder unos catorce kilos. Nunca me he considerado una persona con una gran fuerza de voluntad. De hecho, hay cosas que me cuesta mucho empezar, pero una vez que me pongo en marcha, soy incapaz de parar hasta lograr el objetivo.
De hecho, aunque la cifra inicial eran catorce kilos, a mitad del proceso mi nutricionista opinaba que igual con unos doce podíamos plantearnos parar. Al final, por unos motivos u otros, acabé alcanzando los quince y, durante las primeras semanas de mantenimiento, que coincidieron con el inicio del verano, bajé hasta otro kilo más. Con las vacaciones me fui una semana a Cantabria y, a pesar de que en un viaje los hábitos alimenticios no son los mismos, al regresar pesaba otros dos kilos menos. Es decir, frente a los catorce que quería bajar acabé perdiendo diecinueve.
Un año después he cambiado casi por completo mis hábitos alimenticios y, aunque mi cartera dice que resulta más caro, como de forma mucho más sana, aunque quizá todavía no tanto como debería. Sin embargo, puedo decir que hace casi un año que en mi despensa no entran galletas o productos de bollería industrial. Y, aunque en las últimas semanas me he prodigado poco, continúo saliendo a correr cada vez que el trabajo me lo permite. Prueba de que si se quiere se puede lograr un objetivo y mantenerlo es que, incluso después de superado el escollo de las Navidades, sigo pesando diecisiete kilos menos que un año atrás.
El único inconveniente de todo este proceso es que he tenido que renovar casi todo mi fondo de armario, lo que casi ha equivalido a mudarme por segunda vez en menos de doce meses. Pero, a pesar de ello, gana la satisfacción que produce marcarte un objetivo, alcanzarlo, superarlo y seguir en la línea fijada 365 días después. Así que sí, el último ha sido un buen año.
Cuál será la meta que me voy a marcar para el año que hoy empieza, aún no lo he decidido. Pero cuando lo haga la encararé con la confianza que da saber que se puede. Porque hoy cumplo 41 años y me sigo sintiendo como hace mucho tiempo que no me sentía. Y me encanta.
[Fotografía de Tero Vesalainen/Pixabay]