¿Qué pasaría si nunca pasara nada?

Hace unos días, mi madre me dijo que me había llegado a casa una carta de la DGT. No era una multa. Era la renovación del carné de conducir, que había tramitado por carnavales. Antes, tenía un mamotreto que no me cabía en la cartera, con una foto en la que parecía un niño y de la que otra copia debe adornar mi antiguo expediente en la ULPGC. Ahora, es de plástico y tiene el tamaño de una tarjeta de crédito.

Uno se da cuenta de que empieza a hacerse mayor cuando le suceden estas cosas. De repente, envejeces diez años. Aún recuerdo el día en que aprobé el examen práctico como si fuera ayer. Debe ser por lo que me costó. Mis malditos nervios. Fue un miércoles de Semana Santa, allá por 1997. En esa época, yo estudiaba primero de Derecho y me preguntaba en qué se parecía eso a lo que me iba a encontrar en la calle, cinco años más tarde. Hoy lo sé: en nada.

De esa época recuerdo que me sabía de memoria todos los baches del Sebadal. La primera fase de la Circunvalación se estaba haciendo y la carretera del Cementerio del Puerto era la que conectaba Guanarteme con Schamann. Hoy es una calle más de La Minilla y los pisos más caros de Las Palmas de Gran Canaria tienen vistas sobre él.

Me conocía de memoria la mayor parte de Ciudad Alta. La mayor parte de los exámenes salían del López Socas y era –sigue siendo– el lugar con mayor concentración de coches de autoescuela por metro cuadrado de la Isla. El mío no fue una excepción. En esos días, estaban construyendo una de las rotondas de la Circunvalación en La Minilla, justo por debajo del Cementerio del Puerto, y la carretera, sin rayas ni nada, cambiaba de trazado cada día. Como la otra persona que se examinaba conmigo suspendió nada más salir del López Socas, me tocó llevar el coche hasta Las Arenas.

Tuve que bajar Escaleritas, subir hacia el Cementerio y, al llegar a la futura rotonda, una sorpresa: no hay carretera. Mejor dicho, no está donde estaba ayer. La solución, mientras Paquito, mi monitor, le decía al examinador que la rotonda estaba muy bien para plantar un cercado de papas, fue seguir al coche de delante. Tuve suerte. Llegué a Las Arenas.

También recuerdo que no vimos ni un lugar donde aparcar, ni siquiera un vado. Y eso que el examen duró más de media hora. Por cierto, que el entorno del Centro Comercial tampoco era como el de hoy.

En estos diez años la ciudad ha cambiado muchísimo. Aquí, en Madrid, hace unos meses, el Ayuntamiento lanzó una campaña muy polémica sobre las distintas obras en la ciudad. Y mira que hay obras en Madrid. Su lema era: «¿Qué pasaría si nunca pasara nada?».

Hay que reconocer que la ciudad es distinta a como lo era hace diez años. Circunvalación, mucho césped, ya no hay escalextric…, pero nada ha cambiado desde entonces. Los políticos de hace una década y los de hoy siguen tirándose los trastos a la cabeza. Ayer mismo, en la reinauguración del Teatro Pérez Galdós, tuvimos un ejemplo de ello. Es un ejemplo de que todo cambia para que todo siga igual.

Dentro de diez años, a lo mejor, la ciudad ha cambiado mucho. Tal vez haya Gran Marina, se haya rehabilitado el Teatro Guiniguada o el proyecto alrededor del Teatro, ya sin escalextric, sea una realidad, aunque me temo que con los políticos que tenemos, los de ayer y los de hoy, que vienen a ser los mismos y algunos más que se van sumando, va a ser muy difícil. Es una lástima que se pierdan oportunidades de ponerse a la vanguardia por disputas partidistas y electoralistas y no se llegue a un consenso que beneficie a los ciudadanos que, al final, son los que pagan.

Igual dentro de diez años todo ha cambiado. Por si no me doy cuenta, le preguntaré a mi hermano que se sacó el carné hace poco. Mientras espero, no puedo dejar de preguntarme qué pasaría si nunca pasara nada.