El otro lado de la cortina
Acostumbrado, como el común de los mortales, a viajar en turista, siempre me he preguntado qué ocurre en la parte delantera cuando, tras el despegue de un avión, se cierran las cortinas que separan la clase business de la turista. Porque siempre me ha parecido una barbaridad pagar hasta tres veces más por un billete para llegar al mismo sitio volando en el mismo avión. Además, tengo que reconocerlo, siempre he sido de naturaleza bastante curiosa, pero, como la vida es injusta, nunca tuve la suerte de llegar al mostrador de facturación y encontrarme con que el avión ya estaba lleno y me acomodaban en business. Cada vez que me encontré con overbooking, me quedé en tierra.
Sin embargo, desde hace un tiempo, algunas compañías ofrecen, a través de internet, la posibilidad de comprar un billete en turista y, por un pequeño suplemento, que en el caso de los residentes canarios se reduce a la mitad, volar en business. Gracias a esta posibilidad, a que rastreo la web frecuentemente a la caza de billetes en super-oferta y a que me vi obligado a tener que realizar un cambio de vuelo, he conseguido, por fin, averiguar que pasa en el otro lado de la cortina.
Lo que más llama la atención es que, mientras en turista no quedaba ni un asiento libre y en internet el vuelo aparecía agotado desde una semana antes, en business más de una tercera parte de los asientos estaban libres. De hecho, en mi fila no viajaba nadie más. De entrada, te acompañan amablemente a tu asiento, después de comprobar que, efectivamente, vuelas a ese lado de la cortina -será tengo pinta de ser carne de clase económica-. Antes de despegar te inundan amablemente de prensa de todo tipo: diarios de información general, deportivos y económicos y revistas de información general. Además, los auriculares para escuchar la película son gratis. En turista, cuestan tres euros.
Durante el vuelo, la tripulación está muy atenta para atender solícitamente cualquier llamada. El menú que se sirve es caliente, abundante y, según creo recordar, de mejor calidad que el que se ofrecía en turista hace años. Además, puedes repetir todo el pan y bebidas que quieras.
Por lo que respecta al trato y al servicio, en resumen, es mucho mejor que el que se recibe en una clase más económica, si bien tengo que decir que, en turista, nunca me han tratado mal, ni mucho menos. Ahora, pagar el doble por un par de periódicos, unos auriculares y una comida de avión, no creo que se justifique. Por mucho más cómodo y estirado que puedas ir. En mi caso, sin ir más lejos, no pude librarme de volar teniendo que soportar el guineo de los repelentes niños peninsulares. Detrás traía dos. Sin descuento de residencia, no quiero ni pensar cuánto le habrán costado los pasajes a sus padres.
Desvelado ya el misterio de lo que ocurre detrás de la cortina, me impongo el próximo objetivo, aunque se me antoja más lejano: poder golisnear dentro de una sala VIP. Mientras ideo un plan para conseguirlo, no puedo evitar pensar que la vuelta también la tengo en business, al otro lado de la cortina.