Con la rutina de frente
Mientras embarcaba esta tarde en el avión que había de traerme de vuelta a Madrid, me preguntaba si no habría alargado el puente de la semana pasada en exceso. Es que los días festivos acabaron el miércoles, hace ya casi una semana. Sin embargo, me tranquilizó ver que no fui el único que alargó la visita, cuando, ya en el avión, me encontré con Santi, un compañero que, curiosamente, se hacía la misma pregunta que yo.
El sol, que durante mi estancia en la Isla se negó a aparecer por el cielo, hoy lucía con todo su esplendor, asándome las pocas neuronas decentes que deben quedarme cada vez que asomaba el totizo por la puerta de mi casa para hacer alguno de los recados de última hora. El último día en casa, por lo general, es una locura.
Al llegar a Madrid, primera sorpresa: coincidiendo con la inauguración del metro en la T4, hay que pagar un suplemento en las dos estaciones de Barajas. Es decir, el trayecto, en lugar de un euro, cuesta dos, si vas o sales del aeropuerto.
Acabo de llegar y mañana me toca volver a enfrentarme con la rutina diaria, sin visita a Gran Canaria en el horizonte cercano. Creo que lo único que voy a hacer en lo que queda de noche es colocar la compra… deshacer la maleta, quiero decir, aunque me traicione el subconsciente. Un paquete de gofio; un queque de mi madre y dulce cabello casero; Galletas Bandama y Ambrosías Tirma; morcillas y chorizos de Teror; carne de lata y salchichas Tulip, que aquí no se consiguen, y no sé cuántas cosas más, convenientemente embaladas, se peleaban con mi ropa y un cargamento de libros por un lugar en la abultada maleta. Creo que lo de guardar la compra, por tanto, tampoco se alejaba mucho de la realidad.
Por lo demás, parece que, en esta semana, el tiempo ha vuelto a cambiar. Cuando llegaba a casa, arrastrando los no quiero saber cuantos kilos de la maleta, el termómetro de la esquina marcaba 21º. Eran poco más de las diez y media y el cielo estaba completamente despejado, tanto que casi se podía intuir las estrellas por encima de las luces de las farolas.
Parece que el tiempo se empeña en que parezca que sigo en la Isla. Sin embargo, los acentos a mi alrededor, la sequedad en la garganta y el quiosco de Helados la Menorquina en el parquecito de abajo me dicen que, por muchas galletas Bandama que guarde en la despensa, efectivamente, ya no estoy en Gran Canaria.


Ja, ja pues hoy en Gran Canaria hace un solito muy rico 😛
Millaquito: el problema es que en Madrid el sol empieza a ser algo más que rico. Y aquí no hay playa (vaya, vaya). 😉
Acabo de descubrir tu blog por casualidad. Me ha llamado la atención la presentación » Un canario en Madrid» y he leído algunas entradas… He leído esta entrada y he visto que a veces se me olvida que somos más los que estamos lejos de casa, lejos de Canarias.
Yo soy palmera y estoy como tu cada vez que voy a La Palma, cada vez que vuelvo… con la ropa peleándose con la galletas, el queso, el bote de mojo…
Bonito blog muchacho!
Un saludo,
Elisabet