Un inmenso monólogo
Una amiga me decía hace poco que le habían recomendado que leyese algún libro de un escritor muy bueno que ella no conocía. En aquel momento no recordaba su nombre, aunque sabía que era «muy raro». Como debía serlo el propio escritor. No sé por qué, pero inmediatamente vino a mi mente el nombre de Sándor Márai. Y, en efecto, se trataba de él.
Sándor Márai es un escritor húngaro del que -tengo que confesar-, hasta hace poco, no había leído nada, aunque sí había oído hablar de él. Después de la conversación con esta amiga, su novela El último encuentro avanzó unos cuantos puestos, hasta colocarse la primera en mi lista de lecturas pendientes.
El último encuentro narra la historia de dos amigos, dos militares húngaros que se conocieron, siendo niños, cuando comenzaban su formación marcial y forjaron una verdadera amistad que cultivaron durante más de veinte años. Luego, tras una jornada de caza, sus caminos se separaron. Uno de ellos se fue a Oriente, mientras que el otro permaneció anclado al pasado en su castillo de caza.
Y es precisamente en ese castillo en el que vive aislado de una Europa que comienza a convulsionar bajo la II Guerra Mundial, donde recibe la visita de su amigo. Tras más de cuarenta años de espera, llega el momento de exigir y rendir cuentas mutuamente.
Cuando Konrád llega al castillo del general, de Henrik, de su amigo, todo está dispuesto para la cena, tal y como lo había estado cuatro décadas atrás; como si el tiempo no hubiese pasado, salvo por la ausencia de Krisztina, la esposa del general, fallecida a los pocos años de aquel aciago día y cuya alargada sombra se proyecta irremediablemente en los motivos de ese tardío y esperado encuentro.
A partir de ese momento, la novela se convierte en una intensa conversación entre los dos viejos amigos. Aunque, quizá, sea mejor definirla como un denso e interminable monólogo del general, al que asistimos, al igual que Konrád, como simples convidados de piedra.
Y, sin embargo, esos inmensos párrafos, llenos de saltos en el tiempo, digresiones y todo tipo de consideraciones eruditas que parecen alejarnos de la verdadera cuestión -averiguar qué pasó aquel día, cuarenta años atrás-, no expulsan al lector de la obra, sino que lo atrapan, empujándolo cada vez con más fuerza hacia su interior.
Cuanto más intensa se vuelve el interminable monólogo de Henrik; cuantos más reproches lanza a Konrád; cuanto más presente se hace la visión de Krisztina, la tensión va creciendo entre los dos personajes hasta alcanzar límites insospechados que obligan al lector a seguir leyendo. Poco importan ya los motivos de esa cena. De nada sirve preguntar qué ocurrió aquel día, porque todos lo sabemos desde hace rato.
Ahora la cuestión es otra muy diferente. Ambos han sobrevivido durante más de cuarenta años esperando ese día. El día en que volverían a encontrarse para saldar una deuda mutua que les impedía vivir, pero, también, morir. Todo lo demás, probablemente, sólo sean fuegos artificiales que adornan la narración.
Pese a su intensidad, Sándor Márai se merece más de una lectura. O, tal vez, justo por ella.
PD: Tras escribir el texto, mientras buscaba el enlace a la biografía de Márai, he descubierto un ensayo sobre la biografía del autor, que publicó El País en 2005, con el que no puedo estar más de acuerdo (sobre todo porque coincide con mucho de lo que he escrito aquí).
Vaya, esto si que es dar pronta satisfacción a tus atentos lectores. Un tipo interesante, este Sandor Marai…
Otro autor desconocido para mí y muy apetecible por lo que escribes. Hay veces que la afición a la literatura me produce una gran ansiedad. Demasiados libros que leer.
Demasiados libros que leer, y demasiados títulos pendientes que recordar. Tengo que hacerme una lista…
¡Thx!