La entrada definitiva
Esta mañana me levanté con una idea para escribir entrada en la cabeza. No se trataba de una entrada cualquiera, sino que era la entrada definitiva. Aquélla que me iba a atraer tal cantidad de visitas que convertiría Un canario en Madrid en una bitácora de referencia y, con ello, a mí, si no en un gurú, al menos en un blogger de éxito indiscutido.
Como me encontraba justo en ese momento en el que, al comenzar a despejarte, las nítidas imágenes de la noche empiezan a desdibujarse y prácticamente la tenía escrita en la cabeza, antes incluso de poner la cafetera al fuego, encendí el ordenador, dispuesto a evitar que esa sensacional revelación se perdiera sin remedio en el olvido de los sueños. Sin embargo, cometí el error –deformación profesional– de abrir varios medios digitales antes que el editor del blog.
Asqueado, descubrí cómo la inmensa mayoría de los medios de comunicación mantenían en un lugar destacado de sus portadas la información referente a la brutal cogida que sufrió ayer el torero Julio Aparicio en la plaza de Las Ventas –me disculparán si no la enlazo–, acompañada por la imagen de la misma.
Dos pensamientos acudieron a mi mente. El primero fue que todo vale a la hora de atraer a la audiencia hacia nuestro medio. Da igual que la imagen sea dura e impactante y que no aporte nada nuevo a la información, que, por otra parte, hablaba de cómo se encontraba el diestro, no de la cogida. Pero da igual. No importa que ya no sea relevante, si consigue seguir atrayendo a morbosos que quieren regodearse viendo cómo el asta del toro atraviesa la cara de Aparicio. Si critican siempre podrán responder que forma parte de la Fiesta. Y, si alguien se siente herido, es porque no la entiende.
El otro pensamiento fue mucho más contradictorio, porque no pude evitar que la imagen –una vez que la vi, ya estaba vista– ejerciera una gran fascinación sobre mí, recordándome al fragmento de El Guernica que acompaña a este texto. Sólo que el dolor y la desolación que transmite la obra de Picasso poco tienen que ver con el asco que me provoca encontrarme esas fotos encabezando cualquier digital o escuchar –porque ya no miro– cómo en cada informativo advierten de la dureza de las imágenes que van a emitir por enésima vez. Todo vale por la audiencia.
Ahí fue donde mis recuerdos se terminaron de esfumar y perdí la inspiración. Comprendí que ante esa explotación del morbo mi entrada no habría tenido nada que hacer. Jamás se habría convertido en la entrada del siglo. Sin sangre, sexo o violencia, nunca conseguiré escribir una entrada definitiva.