Diez años no es nada
A la memoria de Pedro Francisco
Rodríguez del Pino (1923-2000)
Estos últimos días el tiempo en Madrid, caluroso y plagado de tormentas de verano, parece haberse conjurado para encajar a la perfección con mi estado de ánimo, quizá más taciturno que de costumbre, al recordar con demasiada frecuencia que hoy se cumplían diez años.
Puede parecer que una década es mucho tiempo en la vida de una persona; un plazo tan amplio que puede abarcar varios cambios radicales. Y es cierto. Quizá yo mismo soy la prueba de ello, porque, si hace diez años alguien me hubiera dicho que hoy estaría donde estoy, haciendo lo que hago y habiendo hecho lo que he hecho, no le habría creído. Pero también es cierto que diez años no es nada.
Porque hoy hace diez años que nuestra vida –la de mucha gente– cambió para siempre; hoy hace diez años que muchas rutinas largamente repetidas desaparecieron de nuestras costumbres; justo hoy hace diez años que las cosas ya no son como antes y, sin embargo, a mí me parece que todo eso ocurrió ayer.
Porque, por mucho que sepas que es algo que puede ocurrir, que –tarde o temprano– tiene que ocurrir, jamás estás preparado para ello. Y, por eso, durante mucho tiempo te descubres echando de menos algunas rutinas impuestas por la larga enfermedad que casi habías llegado a odiar.
Diez años no es nada porque no hay día en que entre en tu casa y, a pesar del tiempo transcurrido, no me acuerde –no nos acordemos– de ti. Porque fueron muchas tardes de estudio en tu compañía y la de tu inseparable radio, haciéndote compañía. Muchos viernes después del instituto levantándote para el baño semanal. Muchas noches visitándote para levantarte y que pudieran arreglarte la cama. Interminables domingos en los que, callado, pero consumido por los nervios oías a Segundo Almeida retransmitir los partidos de tu querida Unión Deportiva Las Palmas. Ésa en cuyo regreso a Primera no pudiste escuchar.
Por eso, que después de diez años hayamos conseguido reprimir el impulso automático, grabado a fuerza de costumbre, de entrar a tu habitación a darte un beso nada más llegar no significa nada. No quiere decir que te hayamos olvidado.
Abuelo Coco, diez años después, te seguimos echando de menos. Día tras día.