Extrañeza
Llevo apenas nueve meses fuera de la Isla en esta segunda etapa madrileña y la sensación está de nuevo ahí. Me sorprende que esta vez haya bastado mucho menos tiempo para volver a experimentar esa ajena familiaridad que noté por última vez hace alrededor de año y medio, aunque esa vez fue en Madrid y en el sentido contrario.
Camino por las calles de mi barrio, primero, y luego por las del casco de la ciudad y me siento un extraño que flota en medio de un entorno harto conocido, sorteando obras antes no iniciadas y en el que descubro nuevos comercios, así como el hueco dejado por tiendas que ya no están. Entro en un Hiperdino infestado de carteles de Antonias y Omaítas, para recorrer varias veces todos y cada uno de sus pasillos porque nada está ya en el mismo lugar de la última vez.
Mientras camino, me cruzo con conocidos que, en un alarde de originalidad, me llaman «madrileño», antes de preguntarme por mis planes de futuro.
Un tanto agobiado, regreso a casa, empapado en sudor. La Oregon Scientific marca 27 grados –tres menos en el exterior– y una humedad relativa de sólo el 70 por ciento. Sin embargo, la sensación de bochorno me agobia. ¿Es posible que en tan poco tiempo me haya habituado tanto al calor seco de Madrid, que ya casi no soporto la climatología que me ha acompañado la mayor parte de mi vida?, pienso mientras la migraña amenaza con volver a visitarme.
Un chute de Espidifén después, constato lo que unos minutos antes comenzaba a sospechar: tras sólo nueve meses fuera de la Isla, me siento extraño, como si tuviera dos vidas diferentes, partidas y provisionalmente en suspenso, fruto –una vez más– de la constante sensación de provisionalidad que me acompaña desde hace un par de meses; de los efectos de no saber cuál va a ser mi futuro inmediato más allá de los próximos tres meses. Una situación, en definitiva, que me impide sentirme integrante de cualquiera de los dos lugares en los que en los últimos años se desarrolla mi vida.
Sacudo la cabeza, en un intento de alejar de mí estos pensamientos, y retomo la lectura de Beatles, un viaje iniciático a la edad adulta en medio de una época convulsa que, no estoy muy seguro, pero creo que no me ayuda demasiado a quitarme de encima esta sensación de extrañeza y ajenidad.