Mirando atrás
El de hoy ha resultado ser un día extraño. Llevaba bastante tiempo pensando que me apetecía ver a algunos de los profesores que me dieron clase en mis años de instituto. Aunque me cueste creerlo, el pasado mes de junio se cumplieron catorce años del final de esa etapa, de la que, en general, guardo un buen recuerdo que, posiblemente, ya esté bastante edulcorado por la memoria.
Reconozco que tenía ganas de acercarme hasta allí y contarle a esos pocos profesores que me marcaron con sus clases cómo me ha tratado la vida en estos años y hasta donde he logrado llegar gracias a mi esfuerzo. Sé que agradecerían la visita, porque me consta que algunos siguen interesándose por saber qué ha sido de muchos de los que un día fuimos alumnos suyos, a través de familiares o amigos.
Sin embargo, algo en mi interior se resistía a la visita. Las últimas veces que fui al Instituto Santiago Santana Díaz, ya como ex alumno, lo hice para recoger las notas de la ESO de mi hermano pequeño. En esas contadas ocasiones en las que volví, descubrí que el centro ya no era el que había conocido. Para poder acoger la ESO, el edificio se había ampliado y el número de alumnos y profesores casi se había duplicado. Aquel centro recién estrenado, en el que nos conocíamos todos y parecía una gran familia –con algunas rencillas, vale, pero como todas las familias– se había convertido en algo impersonal y masificado. Monstruoso.
Hoy tuve que hacer esa visita aplazada. El pasado mes de agosto, una rápida enfermedad se llevó a la primera profesora de Lengua que tuve tras llegar al instituto. Esta tarde sus compañeros, familiares, amigos y un buen puñado de actuales y antiguos alumnos se reunían en el centro en el que desarrolló su profesión durante los últimos veinte años para rendirle un sencillo y emotivo homenaje.
Esta tarde volví a entrar en el mismo edificio que frecuenté casi a diario entre octubre de 1992 y junio del 96. Y, sin embargo, ya no era el mismo que recordaba. Allí me encontré con muchas personas que, de una u otra manera, para bien y para mal, formaron parte de mi vida durante esos años. Saludé a unos, a otros los vi de lejos y sólo con dos de ellos pude charlar apenas un par de minutos.
El tiempo ha pasado por todos y eso se nota. Temía visitar el que fue mi instituto y esos temores eran fundados. Hoy estuve allí, pero hoy no era el día de hablar de mí y de lo que he podido conseguir de la vida. Hoy era el día de recordar a Angélica Batista Acosta. A pesar del tiempo transcurrido y de lo que ha cambiado el centro, nada más cruzar sus puertas, me pareció que fue ayer la última vez que asistí a una de sus clases de Lengua.
El de hoy ha resultado ser un día extraño. Y yo sigo teniendo una visita pendiente.
En mi colegio celebramos los 25 años de su inauguración y nos reunimos ex-alumnos de todas las edades (fundamentalmente, los más antiguos..jiji) y nos lo pasamos GENIAL. Nos reimos un montón, retomamos teléfonos/email y nos pusimos al día de nuestras vidas. La noche fue LARGUÍSIMA pero fabulosa… lo repetiría ahora mismo!!!!!!!!!!
También se hacen (todas las Navidades) cenas de ex-alumnos del Instituto… la pena es que no he podido asistir a ninguna pero cuando veo las fotos y ccomentarios en el facebook… es el más entretenido de los culebrones!!!!!!!!!!!!jaja
Es precioso compartir tus recuerdos de infancia y juventud con aquellos que en mayor o menor medida, han formado parte de tu vida.
Pon fin a tu cita pendiente!!!!!!
Uff, @Eowyn, pues no sé si te habrás dado cuenta de que el próximo julio se cumplen diez años (¡Madre mía!) de la entrega de una orla… Si a alguien se le ocurre organizar una cena o algo por el estilo, habrá que ir, porque intuyo que ahí sí que podremos reírnos a gusto. 😉