Un rollo macareno

Esta semana que hoy –ayer– empieza –empezó–, se presenta repleta de compromisos laborales; dura. Sin ir más lejos, hoy tuve una conferencia-desayuno y un desayuno informativo, mañana tengo una comida y el miércoles un par de ponencias dentro del congreso de una importante asociación. Aunque siempre hay gratas e interesantes excepciones, muchos de estos actos suelen resultar bastante pesados por culpa de ponentes que sueltan rollos infumables.

Recuerdo que, durante mi etapa bancaria, cada vez que teníamos una reunión, ya fuera para analizar la evolución de la Zona y las oficinas que la componían y hablar de objetivos con los equipos directivos o, simplemente, presentar un nuevo producto o campaña a las fuerzas de ventas, mi Jefe de Zona empezaba soltando el discurso que correspondiera, hasta que, indefectiblemente, llegaba una parte en la que decía que había que dejarse de rollos macarenos y pasar a la acción.

Era una frase que siempre despertaba alguna sonrisa disimulada en muchos de los que, mes tras mes, la escuchábamos preguntándonos si no existiría un alma caritativa en esa entidad financiera que se atreviera a decirle que el rollo que soltaba no era macareno, sino macabeo.

Y digo en el Banco y no en su casa, porque un día, cuando aún actuaba como bombero, apagando fuegos en aquellas oficinas que necesitaban un refuerzo que pudiese sustituir desde un cajero hasta el propio director –y, en alguna ocasión, a ambos a la vez–, me tocó trabajar en la oficina que dirigía su hermana, quien, tras pasar un buen rato en su despacho con un cliente, salió quejándose amargamente del rollo macareno que le acababan de soltar.

Desde entonces, cada vez que escucho a algún profesor, conferenciante o tertuliano soltar un discurso largo y pesado, no puedo dejar de sonreír mientras pienso lo feliz que debe de ser, el pobre, mientras suelta su discurso macareno.