¿Causa o efecto?

No sé si lo hice porque intuía que esto iba a ocurrir tarde o temprano o si esto ha ocurrido porque lo hice, pero lo cierto es que es que las pasadas vacaciones me compré un netbook para poder acceder a Internet con más flexibilidad y hoy, apenas un par de semanas después, mi portátil, con sólo cuatro años y diez meses, ha muerto.

No sé cómo ni cuándo ocurrió. Sólo sé que esta mañana pulsé el botón de encendido y el ordenador dijo «nanai». Adiós al primer borrador del último cuento que he empezado a escribir y, posiblemente, a un par de microrrelatos inéditos. Porque, si bien es cierto que tengo una copia de casi todos los archivos más o menos importantes en Gran Canaria –la hice el sábado, justo antes de volverme a Madrid– y con el netbook –desde donde estoy escribiendo ahora mismo– puedo acceder a Internet, esta situación se me antoja un poco incómoda.

Desde este minúsculo ordenador no puedo hacer todo lo que hasta ayer hacía con el portátil, ya que su capacidad –limitada, como en todos los ultraportátiles– no le permite ejecutar muchos de los programas que utilizo casi a diario, que, por supuesto, ni siquiera tiene instalados. Pero es que tampoco está concebido para ello.

Así que, mientras espero poder resucitar mi viejo portátil, me resignaré a no editar fotos, a perder mi configuración personalizada en los navegadores y clientes de correo, entre otros programas, y a verlo todo en una pantalla reducida. Estaré, en fin, conectado en precario y preguntándome cuál fue la causa y qué el efecto.

Y, mirándolo por el lado bueno –si es que lo hay–, si no se produce el milagro de la resurrección de mi viejo portátil, igual irá siendo hora de plantearse seriamente to get a Mac.

Paulina Rubio, Causa y efecto, 2009.