Batiburrillo Allen
Cuando uno acude al cine a enfrentarse con una nueva película de Woody Allen, nunca sabe con lo que se va a encontrar. Da igual todas las críticas que haya podido leerse antes, porque siempre van a ser contradictorias. Y eso precisamente es lo que ocurre con A Roma con Amor, cuarta producción del neoyorquino bajo el paraguas de Mediapro. Mientras algunos cuentan maravillas de ella, otros aseguran que se trata de una obra mediocre más, signifique eso lo que signifique cuando hablamos de Allen.
Después de verla, he llegado a la conclusión de que todos tienen razón. Su punto de vista depende exclusivamente de en cuál de las cuatro películas que forman esta irregular comedia que reúne (casi) todos los temas típicos y tópicos del universo de Allen se hayan fijado a la hora de emitir su juicio crítico.
Porque, sí, A Roma con Amor no es más que otra irregular comedia de Allen compuesta por cuatro historias independientes e inconexas que comparten como único punto en común el escenario: Roma. Pero, tal y como ocurría en Vicky Cristina Barcelona -y no así en Midnight en París-, podrían suceder en cualquier otra ciudad sin que el resultado variase un ápice.
En cualquier caso, en defensa de esta aventura romana de Allen hay que reconocer que la capital italiana se integra de forma mucho más natural en la mayoría de las historias, sin que la presencia de sus monumentos parezca formar parte de un enorme publireportaje, sensación de la que no se libraba en ningún momento Vicky Cristina Barcelona. Claro que resulta prácticamente imposible que Allen vuelva a perpetrar un guión tan malo como el de esa cinta. Tan pronto, quiero decir.
Y es que, a diferencia de en aquella, en esta película se intenta contar una historia. O cuatro. Que suceden en la misma ciudad, pero no necesariamente de forma simultánea ni en el mismo lapso de tiempo. Y sin que compartan nada más que la firma del (no siempre) genial director. En ciertos momentos, da la sensación de que Allen abrió el cajón donde guarda sus manuscritos y sacó al azar cuatro de esas divertidas historias cortas que publica a veces y respiran su esencia por los cuatro costados y se dijo “voy a situarlas en Roma y convertirlas en mi próxima película”. Y eso hizo.
En lugar de escribir un buen guión novedoso o alargar alguna de ellas, prefirió optar por el camino del centro. Y eso que en la historia –que realmente son dos– de Antonio y Milly, la pareja de recién casados que viaja a Roma desde el corazón de la Italia rural para tratar de buscarse un futuro más próspero, había mucho potencial, a pesar de la presencia de una Penélope Cruz que nunca volverá a estar a la altura de su enorme interpretación en –paradójicamente– Vicky Cristina Barcelona. Con solo explotar los tópicos harto conocidos de la sociedad italiana que apenas insinúa podría haber firmado una comedia ácida y redonda. Puro Allen.
Pero no fue así, y a las desventuras de estos dos jóvenes enamorados unió una suerte de reflexión sobre la fama que parece que pretende ser la sátira protagonizada por Roberto Benigni, que encarna a un gris oficinista que de la noche a la mañana se convierte en uno de los personajes más conocidos del país sin que detrás de ese hecho exista ningún motivo aparente. Y, claro, el resultado es un tanto surrealista y, esto es lo malo, sin pies ni cabeza.
Por su parte, la aventura del estudiante de arquitectura interpretado por el soso Jesse Eisenberg que se debate entre ser fiel a su novia o sucumbir a los encantos la embaucadora amiga actriz (Ellen Page) de esta, mientras la –en ocasiones– imaginaria presencia de un arquitecto de éxito interpretado por Alec Baldwin le aconseja lo que debe –o no– hacer, no es más que un (mal) plagio inverso de Sueños de un seductor.
Y, por último, en la historia de los padres de la joven estadounidense que viajan a Roma para conocer a la familia del novio de su hija, que protagoniza el propio Allen –y verlo a él interpretar a su neurótico personaje de siempre, en lugar de a Owen Wilson o, incluso, a Antonio Banderas sí es un auténtico placer–, junto a July Davis, Alison Pill, Flavio Parenti y el tenor Fabio Armiliato, encontramos las líneas más hilarantes de esta película, con sus continuas referencias a la muerte, situaciones que rozan el absurdo y algunos destellos de sus característicos y ya no tan habituales diálogos chispeantes.
Porque, en definitiva, el mayor problema de esta cinta es que tira por la calle de en medio. Allen, en lugar de optar por una de las cuatro historias y contarla bien, prefiere no renunciar a ninguna y meter en algo menos de dos horas un batiburrillo de sus temas habituales que, sí, te hacen reír durante un rato, pero que una vez hecha la digestión de la película –y se hace bien rápido– el titular se queda en un escueto y triste “al menos he pasado un buen rato”.
Otra conclusión es que, al menos, no es tan mala como Vicky Cristina Barcelona, pero lograr eso sí que no tiene ningún mérito.
Tráiler de A Roma con Amor, 2012.