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Una sensación indescriptible

lunes, 9 febrero 2015

Hace bastante que, de nuevo, no aparezco por aquí. Un par de meses atrás me embarqué en una nueva aventura periodística, Canarias en Hora, que vio la luz el pasado jueves 5 de febrero. Desde entonces –incluso desde antes–, tengo pendiente presentarla oficialmente por aquí, aunque, en mi descargo, solo puedo decir que ha sido todo tan rápido e intenso que no he tenido tiempo de pararme a tratar de plasmar lo que estaba ocurriendo. Además, el pasado sábado ya conté por qué creo que este medio nace en el mejor de los tiempos y hacerlo por aquí sería, tal vez, repetirme un poco.

Así que iré directamente a lo que, casi un mes después, me ha llevado a abrir de nuevo el editor de este casi abandonado blog.

No sé cómo definir la sensación que me ha embargado durante todo el día de hoy.

Les cuento. Esta mañana tuve que acudir a cubrir mi primer acto como redactor de Canarias en Hora​. Se trataba de una conferencia pronunciada en el marco de una jornada que organizaba la entidad financiera que fue mi casa durante casi cinco años. Quiso el destino que, además, se celebrara en la misma sala en la que hace exactamente cuatro años, cuatro meses y veinte días me entregaban una carta de despido con la que rechazaban mi reincorporación tras cuatro años de excedencia.

No me considero una persona que suela quedarse sin palabras o a la que le cueste expresar sus ideas con cierta claridad. Sin embargo, soy incapaz de encontrar un concepto que defina lo que me ha ocurrido hoy; cómo me he sentido. No sé si esta casualidad es sintomática, significativa o se trata de un augurio cuyo sentido está aún por determinar.

Lo que sí tengo completamente claro es que comenzar «oficialmente» esta nueva etapa laboral de mi vida cubriendo un acto en el lugar en el que se dio carpetazo definitivo a una de las épocas que más me han marcado, me ha resultado, además de turbador, tremendamente irónico.

Sin embargo, uno, que tiene a gala tratar de superarse cada día, no tuvo más remedio que liarse la manta de la profesionalidad a la cabeza y salir de allí sin ápice de nostalgia y con tres informaciones bajo el brazo. Ya se sabe, la función tiene que continuar.

Queen, The Show Must Go On, 1991.

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