Inspiración

Hace mucho tiempo que no dedico a leer todo el tiempo que me gustaría. Bueno, en realidad, jamás he podido dedicar a leer todo el tiempo que me gustaría. Pero, desde hace alrededor de un año y medio, esa realidad se ha convertido en más palpable que nunca.

Embarcarse en un proyecto desde su nacimiento, sobre todo si este tiene aspiraciones de crecer y consolidarse, te absorbe casi por completo y el poco tiempo libre que te queda lo empleas en recuperarte con cualquier ocupación que implique utilizar el menor volumen de capacidad cerebral posible. Y, claro, actividades como la lectura o la escritura lúdicas son las primeras que se resienten. Ya escribes y lees suficiente en el trabajo, te dice tu maltrecho cerebro, mientras el dedo hace correr el timeline de Twitter en la pantalla del teléfono, actividad mucho más ligera que abrir el Feedly que antes te enorgullecías de llevar prácticamente al día. Por no hablar de ese libro que reposa –cogiendo polvo– desde hace meses sobre la mesilla de noche.

Sin embargo, en estos días de recta final ya de vacaciones, uno se descubre intentando no sólo recuperar esa rutina lectora, sino tratando de rescatar algunas decenas de lecturas perdidas y cada vez con más ganas de volver a escribir por el mero placer de escribir. Y es, en ese momento, cuando navegas por un blog tan evocador como La sonrisa de Verdi, de mi antiguo profesor –y, a pesar de ello, amigo– Juan Pedro Molina, cuando te das cuenta de que has estado tan absorbido que, si en algún momento fuiste capaz de escribir alguna reflexión impregnada de connotaciones remotamente parecidas a las que estás leyendo, en estos momentos careces de cualquier tipo de inspiración para, siquiera, intentar repetirlo.

Y, entonces, no te queda más remedio que evitar enfrentarte al folio en blanco y seguir leyendo, a la espera de que se encienda la bombilla. Todo sea por evitar, una vez más, la desasosegante visita de las hermanas indolencia y frustración.

[Fotografía de StockSnap/Pixabay]