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Mendigos en el tren

jueves, 9 agosto 2007

Cada vez que me encuentro con una persona pidiendo dinero por la calle para un cortado o para coger la guagua porque le robaron la cartera, por ejemplo, siento lástima por ella. Esa lástima no nace directamente del hecho de que tenga que verse obligada a pedir, sino de la convicción de que, por culpa de quien ejerce la mendicidad como medio de vida casi por propia voluntad –y he dicho casi–, muchas personas a las que la vida no ha dejado otra alternativa que mendigar, se verán privadas de una limosna. Vamos, que pagan justos por pecadores. Ayer lo comprobé.

En Madrid, es muy normal encontrar en las estaciones del metro a personas tocando algún instrumento musical, a cambio de unas monedas. Inmigrantes y nacionales. También, cuando la afluencia de viajeros lo permite, tocan en los propios vagones, cambiando el vagón en cada estación. Por motivos de comodidad, supongo, estos últimos suelen tocar el acordeón, la ocarina o algún instrumento musical. Por lo general, suelen ser muy educados y no causan excesivas molestias. Al fin y al cabo, sólo piden la voluntad a cambio de unos minutos de música.

Sin embargo, en los trenes de cercanías, sobre todo en las distintas líneas que circulan entre Atocha y Chamartín, junto a este, es más frecuente asistir a un fenómeno muy distinto. En una de las estaciones del recorrido entra un hombre –siempre es hombre– en el vagón y cuenta una historia, aprendida de memoria, acerca de un trabajo perdido, una familia que alimentar y una enfermedad, propia o de un hijo, que le impide trabajar. Por ello, con gran vergüenza, se ven obligados a solicitar dinero o alimentos para sobrevivir.

Las historias que cuentan, aunque varían, se parecen mucho. Físicamente, también ellos se parecen. O la indiferencia y la incomodidad de asistir a su relato hacen que se nos parezcan. Tantas coincidencias hacen que uno se pregunte cuánto habrá de verdad y cuánto de actuación en sus historias.

Ayer, entre Getafe y Villaverde Alto, un peruano contaba, a voz en grito y con lágrimas en los ojos, que su esposa se encontraba en estado de coma neurovegetativo en el Hospital 12 de Octubre, después de haber caído por las escaleras del piso en que vivían. Él se encontraba en paro y sus hijos vivían con familiares y amigos entre Lima y Madrid. Necesitaba, decía, dinero para pagar una resonancia magnética y no sé qué válvula. Además, para vivir necesitaba un respirador, que pudo conseguir gracias a la ayuda de una trabajadora social. Su «actuación» era tan convincente que hasta yo comenzaba a creerle, a pesar de las pequeñas contradicciones. Por ejemplo, si está en coma y necesita el respirador, la van a conectar, al menos transitoriamente, para que no muera. Y, hasta donde yo sé, en España, la sanidad pública primero hace las pruebas y después ya las cobrará a quien corresponda si es que a alguien le corresponde pagarlas.

Añadió que su esposa, la madre de sus hijos, necesitaba de esas pruebas para sobrevivir. ¿De qué servirá que siga viviendo si está en estado vegetativo?, pensé yo en ese momento. Nunca lo supe y, me temo, nunca lo sabré porque en ese momento entró en el vagón una pareja de vigilantes de seguridad que, muy amablemente –y lo digo sin ironía–, le preguntaron qué enfermedad tenía hoy o cuál de sus familiares se moría. Él, sin perder, tampoco, la calma les dijo que era su modo de vida; algo así como que en Perú era lo más normal del mundo.

Pero esto no es Perú. Los vigilantes lo invitaron a bajar del tren con ellos en Villaverde Alto, argumentando que Renfe no permite la mendicidad en sus trenes. Una señora, a mi lado, comentaba a su marido lo mal que se sentía con la escena: se lo había creído del todo. Hasta yo, por un momento, llegué creérmelo y a sentir lástima por él.

A todos nos cuesta mucho ganar el dinero como para dejarnos estafar por individuos como éste. Por ello, aunque pueda parecer egoísta, nunca doy dinero a nadie que vaya pidiendo, porque no sé si es verdad lo que me cuenta. Sé que así, quien ha llegado a esa situación porque no ha tenido otra salida, acaba hundiéndose más. Pero lo prefiero antes que ayudar a esa otra clase de personas que únicamente pretenden aprovecharse de la buena voluntad y la compasión de la gente.

Cuando el tren volvió a arrancar y la conmoción que enmudeció el vagón se disipó, pensaba si debía escribir lo que había pasado. Lo cierto es que no lo tenía nada claro. Acabé de decidirme cuando, esta tarde, volví a encontrarme con este mismo hombre, pero con una historia diferente. Esta vez, con las tripas revueltas, me bajé yo antes. No sé si alguien llegó a darle dinero. Mientras andaba por el andén y el tren se alejaba, no pude dejar de preguntarme qué clase de mundo estamos construyendo.

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2 comentarios leave one →
  1. Eowyn permalink
    viernes, 10 agosto 2007 1:17 pm

    Como el problema que tienen en La Herrera (Albacete) con 400 habitantes censados y 2.000 rumanos acampados en los alrededores del pueblo. Un arma de doble filo.
    Primero los necesitamos para la recogida del ajo (ya sabemos el rollo ese de la mano de obra barata y que los españoles «somos muy vagos» para quere hacer un trabajo así) Todos encantados con los resultados de la campaña del ajo pero ahora que hay un problema humanitario la Administración hace oidos sordos (contaminan las aguas del trasvase, las basuras se acumulan por todo el pinar… pero pensarán… «para lo que me pagan») . Si necesitamos esa mano de obra extranjera que se haga en condiciones: con papeles, salarios justos… como Dios manda! aunque quizá, si fuera así, los españoles no seríamos «tan vagos» y querríamos trabajar en esas condiciones, no crees?
    Pues sí, Ruymán, la pena es esa, que hay gente como tu «amigo» el cuenta historias del tren que manipulan a la gente de buena fe para sacarles unos euros a costa de todos aquellos que vienen a trabajar de sol a sol a este país y así luego, no podemos evitar generalizar con aquello de que son todos unos maleantes y cuentistas, pagan justos por pecadores: una gran pena!
    (http://es.youtube.com/watch?v=q2R5W_9CiDU) así es la vida del emigrante.
    Somos distintos, somos iguales

  2. sábado, 11 agosto 2007 1:54 am

    Y lo peor de todo es la cara de tonto que se te queda cuando cogen al tío y lo admite todo como si nada, porque tú ya te lo estabas creyendo. Era una actuación que ya quisieran para si más de uno y dos actores que me vienen ahora mismo a la cabeza. Pero, cuando te lo vuelves a encotrar con otra historia, ¿qué haces? ¿le plantas cara y que se monte el pollo en el tren o te callas y dejas que siga estafando? En cualquiera de los dos casos acabarás sintiéndote fatal.

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